En la ruta china de la seda, 28 de mayo 2011: con Cristóbal y Marco en Dunhuang

El cosmos, además de permitirse conmigo un severo humor y de hacer justicia sin tolerarme dolo, gusta de jugar, a mis expensas, con las palabras y los nombres. Si sólo fueran eso, palabras y nombres, sería un juego sin resto ni excedente. Pero ese juego del cosmos deja resto pues pone gente en mi camino cuyos nortes o destinos se cruzan con los míos. Y eso lo cambia todo para adelante…

Como ustedes saben, si han estado siguiendo mis crónicas, a este viaje le he llamado: «Hijos de Colón, nietos de Marco Polo». Pues bien, en un alarde de lo que mi entrañable guía Gabriel Bunster – siguiendo a K.G. Jung y otros – gusta de llamar «sincronicidades», pero que yo prefiero apelar «germinaciones» pues «sincronicidad» lo hallo muy estático y muy neutro afectivamente – el cosmos me los mandó a los dos a entreverarse con mi viaje.

Ya conocen el lugar de Jiayuguan en la imaginación china, pues ha figurado ya en dos posteos. Dunhuang, 450 km al oeste del primero, tiene otro lugar no menor: es la ciudad de las grutas de Mogao, la mayor expresión de arte y pensamiento budista de China y una de los mayores del mundo. En esas grutas, generaciones de monjes artistas cavaron centenares de grutas en las rocas de un farellón que mira al río, esculpiendo y pintando al fresco en ellas una inimaginable cantidad de motivos budistas. Un esfuerzo que va desde la dinastía Wei occidental, en el siglo 5 DC, hasta la dinastía Song en el siglo 12 y más allá. Todo eso ya lo sabía, pero no qué más me tendría reservado Dunhuang.

A las 9 de la mañana de 28 de mayo abordé el bus interurbano desde Jiayuguan hasta Dunhuang. Demás está decir que era el único pasajero occidental, y me ví esquivando codazos y empujones en medio del típico frenesí chino cuando hay que subirse a un bus. Con la excepción de un hombre joven que viajaba con su mujer e hijo, que atajó la estampía y me cedió el paso, preguntándome al mismo tiempo en perfecto inglés cual era el motivo de mi viaje. Cuando le dije «viajar por el noroeste», me replicó: «Same purpose» («nosotros tenemos el mismo propósito»).

¡»Same purpose»! Una expresión coloquial más refinada que todo lo que uno suele escuchar en inglés por estos lados. Inmediatamente me lo imaginé un graduado de alguna universidad inglesa o norteamericana.

«Not so» («No es así»), me contestó, explicando que no había salido del país y que su inglés lo había aprendido en China y mejorado solo, con mucho esfuerzo personal, pues ni siquiera era graduado de inglés en China, sino de tecnología agrícola, y trabajaba supervisando plantaciones de semillas de papas en Mongolia Interior. ¡Y se había auto educado en un inglés soberbio!

He ahí la mentalidad china para ustedes, redondita. Dos mil quinientos años de cincel confuciano tallando el genio de este pueblo: «¿No es acaso gratificante aprender con constante perseverancia y aplicación?» (Confucio, Analectas, capítulo 1, línea 1)

El tema pasó a mi persona, y al saber que era chileno, me preguntó por Santiago, por Valparaíso ¡y por Pucón! Amigos suyos le habían contado que Pucón era uno de los lugares maravillosos de este mundo. Pero mi mayor asombro estaba por venir. Mostrándome a su hijo, de dos años y medio, me dijo que su nombre occidental era «Cristóbal». Me lo dijo en español. «Christopher?», le pregunté. «No. Cristóbal, in Spanish», replicó. Y añadió que le habían escogido ese nombre, en español, pues esperaban de él que fuera como Colón un gran viajero y que descubriera América del Sur, donde sólo le serviría el español.

Con Cristóbal y sus padres - bus en ruta a Dunhuang, noroeste chino, 28 de mayo 2011
Con Cristóbal y sus padres - bus en ruta a Dunhuang, noroeste chino, 28 de mayo 2011

Primera vez que me encuentro con algo así en China. Si los nombres occidentales que ellos se ponen son siempre ingleses, sacados de la literatura y el cine, y a veces son terriblemente escogidos. Como un cabro joven que conocí alguna vez, que se había puesto «Genevieve» («Genoveva»… por supuesto no lo iba yo a sacar de su inocencia, así que lo llamé Genoveva todo el rato… algún gringo por ahí lo tendrá ya que haber iluminado…). Y que me fuera a pasar justo ahora, en este viaje… «too much», «demasiado».

Por eso es que, en lugar de «sincronicidades» o «coincidencias» (el término menos perspicaz), hablo de «germinaciones». Porque para que ocurran esta especie de coincidencias o sincronicidades, alguien tiene que haber plantado primero una semilla: haber puesto en juego el tema con sus nombres y palabras claves. De ahí se agarrra después el cosmos para urdir el resto de la trama y completar el paño. Y así el cosmos me trajo a Graham (así se llamaba él en occidental), el plantador de semillas y a su hijo Cristóbal, proyecto en ciernes de navegante a sudamérica, a escoltarme y hacerme compañía, sentados todos en la proa del bus interurbano.

Lo único que me faltaba, pensé para mis adentros, era llegar con Cristóbal a Dunhuang para encontrarme allí con Marco, y completar así los dos personajes de mi saga.

Dicho y hecho. Al otro día me levanté de alba, para ser de los primeros en llegar a las grutas de Mogao, pues era domingo y esperaba que habría un océano de turistas.

Entrada principal a las grutas de Mogao, Dunhuang, 28 de mayo 2011
Entrada principal a las grutas de Mogao, Dunhuang, 28 de mayo 2011

La llegada a Mogao es alucinante. Desde la distancia en el desierto ya ves a lo lejos las pequeñas ojivas de las grutas en los farellones que presiden sobre el valle por el cual te estás metiendo. A esa temprana hora el sol da de flanco y destaca nítidamente cada ojiva contra la tierra del acantilado. Más alucinante aún fue lo que me pasó una vez llegado. Frente a la boletería, sólo había delante mío una pareja joven (más joven que yo, tendrían entre 30 y 40), occidentales ambos, y hablaban portugués entre sí.

Contento de toparme con los primeros occidentales tras una semana o algo así, les pregunté si eran brasileños. «No, somos portugueses» me contestaron. Y así nos fuimos trabando en conversación.

En Mogao no te dejan fotografiar en el interior de las grutas ni visitar sin guía. Está toda la visita de las grutas escrupulosamente estructurada, sencillamente no permiten que entre nadie solo a ninguna de ellas. Si te quedas atrás haciéndote el «lenteja», te esperan cortésmente en la entrada, desde donde te puedan ver. Y con razón. A la salida hay un museo llamado «El saqueo de Mogao», que narra los robos del arte de esas grutas perpetrados por tres arqueólogos y aventureros occidentales (un inglés, un francés y un norteamericano) a comienzos del siglo 20. Decenas de miles de manuscritos, pinturas, esculturas y hasta paredes enteras de frescos – desprendidas a cincel de las paredes de las grutas – fueron contrabandeadas fuera de China, y enorgullecen ahora a los más famosos museos de occidente.

Nos pusieron a los dos portugueses y a mí en un mismo grupo, con un guía que hablaba perfecto inglés. Pero inglés de guía, con todos lo clichés y frases hechas de su oficio – a años luz del elegante y certero inglés de Graham. Nos escoltaron por 8 grutas de las doscientas y tantas que aúin contienen arte (aunque según el guía, a su manera de contar, fueron 10)

Mientras nos íbamos cada vez más maravillando con un mundo extinto y exultante que la tenue linterna del guía nos iba poco a poco conjurando, mientras se deslizaba como un pincel sutil por la oscuridad de las cavernas, íbamos también conversando entre gruta y gruta, tapándonos los ojos del deslumbrante sol. Así supe que eran periodistas de viajes, especializados en reportajes fotográficos, que pasaban diez meses al año viajando (Chile lo conocían mucho mejor que yo, Tierra del Fuego, Isla de Pascua y Juan Fernández incluidos) y que ella se llamaba Sara y él Marco. Marco.

Con Marco y Sara en las dunas de Dunhuang, 29 de mayo 2011
Con Marco y Sara en las dunas de Dunhuang, 29 de mayo 2011

Pasamos con Sara y Marco viajando juntos el resto de ese día, y todo el día siguiente. Visitamos todos los lugares históricos y naturales que se pueden visitar en un día en los alrededores de Dunhuang. Alrededores amplios, tratándose de parajes al borde de dos de las inmensidades más vastas del mundo, el Gobi y el Taklamakan. LLegamos hasta a 160 kilómetros del oasis de Dunhuang: a Yadan, la «Ciudad de los Demonios». En un taxi que iba saltando a toda velocidad (como esos colectivos de espanto que hay por el norte chileno) por los hoyos de una precaria cinta de pavimento estirada en el medio de la nada. Cuando de vez en cuando venía un auto en contra (u otro taxi o un 4×4 oscuro, último modelo, de vidrios oscurecidos) sacaba las dos ruedas del lado derecho del pavimento para abrirle cancha, y apenas se molestaba en disminuír la velocidad.

Te daba susto esa conducción tan imprudente. Mas ningún miedo podía venir a perturbar mi doble felicidad de estar así por allí viajando y explorando, y de haber con ellos dos entrado a las grutas de Mogao. La doble felicidad es un famoso talismán chino, que cuelga en cuanta puerta se abre o cierra por allí. Pero esta vez fue para mí más que un talismán. Fue un movimento perceptible de mi espíritu.

Simple felicidad. Por haber compartido con los dos portugueses el… el… el … (quisiera un adjetivo capaz de sustentar todas mis sensaciones aquí) testimonio artístico de una visión del mundo, el Budismo, que predica la impermanencia y que ya está extinta entre las gentes de ese mundo, pero que paradojalmente todavía sigue aferrada a las entrañas de esa tierra gracias a la permanencia del óxido férrico, del el lapislázuli, del cinabrio y de otros tintes ocupados por lo artistas monjes en las pinturas…

Doble felicidad. Porque pude viajar y explorar todo aquello con Sara y Marco tras haber llegado a Dunhuang escoltado por Cristóbal, es decir con los dos emblemáticos viajeros cuyos nombres fueron las dos semillas que planté para este viaje en las sementeras del cosmos, antes de partir.

Buena. ¿No?

PD: Me comentan que es una pena no haber podido tomar fotos dentro de las grutas. Pero, «germinalmente», encontré en una tienda de beneficencia en Bristol, Inglaterra, un par de día antes de venirme a China, un precioso libro ilustrado sobre los frescos de la dinastía Tang en China, y entre ellos, los frescos Tang de Mogao. Me lo compré y no me lo traje, pues los libros pesan, pero lo fotografié entero. Así que los he puesto aquí. Sólo pertenecen al período Tang de las grutas (600 – 900 DC), trescientos años de un total de 1.000 años de pinturas, pero igual les darán una idea. Aquí están:
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Un comentario sobre “En la ruta china de la seda, 28 de mayo 2011: con Cristóbal y Marco en Dunhuang”

  1. Que increíble las andanzas en que andas Enzo! Y aparte, te topas con un Cristóbal y un Marco, nombres latinos escasos en esos parajes, pero sincronizan con tus personajes guías que nombras en tu posteo del 25 de abril antes de partir a esas tierras. Germinaciones, sincronicidad, lo que sea, pero notables por donde se le mire.
    Lastima que no puedas mostrar imágenes del interior de las grutas de Mogao, para ver como representan el alma del Budismo, esa cosmovisión que penetra incluso territorios como Chile en estos días.
    Bueno, notable seguir tus andanzas en esos remotos lugares y reportearnos y así seguirte estrechamente.
    Un abrazo

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