Los niños como maestros 3: el plan «B» de Rebecca y el manto de Panurgo

Mi nieta inglesa Rebecca sigue empeñada en sorprendernos con nuevas lecciones, como si alguien le hubiera soplado al oído nuestro propósito de tratar a los niños como maestros, y se hubiera puesto en seguida a desplegar para mí algunas joyas de su repertorio magistral. Con la idea cabal, imagino, de asegurarse un puesto dentro de nuestro plantel; y no un puesto cualquiera, sino uno de «cabecilla», de eminencia sin duda, pues Rebecca jamás estará a sus anchas en un rol que no sea aquél que le viene por naturaleza: liderar e ir de vanguardia en todo lo que sea discurrir, idear e inventar.

El tema de tratar a los niños como maestros lo he inaugurado aquí con dos entretenidas anécdotas de mis nietas: Monserrat y su manto del experto, y Rebecca y sus preguntas sin respuesta. Ahora voy a contar una tercera anécdota, protagonizada de nuevo por Rebecca.

Este fue el plan «B» de Rebecca, narrado por mi hija Karin, su madre:

«Mi hija menor Ellie tiene uno de esos juguetes didácticos que consisten en unos cubos de madera de distintos colores, con el alfabeto, los números y signos aritméticos dibujados en ellos, y todos encajan dentro de un carrito. Peter (su padre) estaba buscando uno de los cubos que estaba perdido, no lo podia encontrar por ninguna parte, así que les dijo a Sofía y Rebecca, mis otras dos hijas:

«Si encuentran el cubo que nos falta les daré un ‘treat’ (una golosina).»

Las niñas partieron a buscarlo. Después de 15 minutos Becky (Rebecca) volvió a decirnos que ¡lo había encontrado! ¡yippee!

Peter miró el carrito desde la puerta de la habitación y efectivamente se veía completo, así que les dió sus ‘treats’.

Los cubos didáticos de Rebecca
Así vió el carrito con los cubos didácticos Peter desde la puerta de la habitación de su hija

Pero antes de ir acostarnos, pasamos a desearles buenas noches y pudimos ver más de cerca el carrito con los cubos. Ahí nos fijamos que el cubo faltante había sido reemplazado por un taco de papel para anotaciones, que era del mismo porte que los cubos, y alguien (¡Becky! ¡porque la «B» estaba escrita al revés!) había escrito una letra «B» encima de la primera hoja.

¡Nos había engañado la cabrita de porquería! My four year old had fooled us! (‘¡Mi hija de 4 años nos había hecho lesos!’).»

Esta exquisita estratagema de trompe-l’oeil («engañar al ojo») me evocó de inmediato a quizá la más famosa todas: la estratagema de los «soldados de paja» del héroe cultural chino Zhuge Liang. Este general de la época de los Tres Reinos, venerado hasta hoy en China por su saber e inteligencia, al escasearle las flechas a su ejército en vísperas de una batalla crucial, y aprovechando unos bancos de niebla que entorpecían la vista, hizo tocar «¡A la carga!» en los tambores y lanzó contra el enemigo una gran escuadra de barcos atestados de muñecos de paja vestidos como soldados. Con ello, en unas pocas horas «cosechó» cien mil flechas enemigas que quedaron incrustadas en los monigotes.

Fuera de la astucia e ingenio que la emparentan con lo más selecto del género, la estratagema de Rebecca despliega un abanico de otras destrezas del pensamiento: manejo del lenguaje (puso la «B» en el segundo lugar), asociación de ideas, asociación por forma (ésta figura con prominencia en los tests de IQ), manejo del contexto espacial y lumínico, etc. Y sobre todo, es pensamiento en acción, sobre la marcha, pensamiento puesto en práctica y ejecutado.

Hay allí varias habilidades, llamémoslas «intangibles», que no suelen enseñarse en el aula, por lo que es legítimo suponer que Rebecca no las aprendió allí, sino que las trae desde «otra parte» y las sabe «desde siempre», según la inspirada frase de otro magnífico chino, Confucio:

«Lo mejor es nacer sabiendo. Aprender con diligencia es lo segundo mejor…» (Las Analectas) .

Saberes innatos, espontáneos, que no se aprenden en la educación, sino que todo el revés: en la educación, esa especie de barraca de estandardización y uniformización donde podríamos decir que entramos como árboles y salimos hechos tablones, se los pierde. De ahí el valor de la idea de tratar a los niños como maestros; a ver si de ese modo, gracias a ellos y bajo la tutela de su espontánea sabiduría, conseguimos re-aprender esos saberes perdidos.

Hay otros saberes perdidos que esta lección de Rebecca nos convida, indirectamente, a recuperar. Saberes sabrosos y divertidos, picarescos y contestatarios. Saberes de la calle, de la plaza, de las fiestas populares, del humor de «La Vega», de los mercados y los comediantes trashumantes de antaño. Los saberes de la máscara, la prestidigitación, la magia y el carnaval. Porque en aquel ardid con el que Rebecca hace lesos a sus propios padres, y haciéndolos lesos baja de su pedestal a las máximas autoridades que presiden («Despotismo Amoroso») sobre su vida, ella se pone otro famoso «Manto» concebido por un renovador del pensamiento educacional. No ya el «Manto del Experto» de Dorothy Heathcote que tan hábilmente se pusiera Monserrat en la primera anécdota de esta serie, sino uno más antiguo que aquél, y harto más radical y provocativo: el «Manto de Panurgo», imaginado por el incomparable renacentista François Rabelais.

Rabelais escribe su famoso Gargantua y Pantagruel en un espíritu parecido al que inspira a otros pensadores de su tiempo, como Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura, René Descartes en sus Meditaciones metafísicas y Francis Bacon en su Novum Organum: remecer los cimientos del paradigma intelectual entonces imperante, para fundar uno nuevo.

Ese propósito renovador que los demás acometen desde registros filosóficos cultos, Rabelais lo acomete desde la picaresca y el registro popular, festivo y carnavalesco. Si de subvertir el viejo mundo se trataba, nada mejor, según él, que el humor, el grotesco, la picardía y la risa, y mientras más infantiles, escatológicos y desenfadados, mejor. Y de la galería de personajes que para esos efectos Rabelais despliega en su novela, Panurgo es el pícaro y bufón número uno, atormentador y trastocador por antonomasia de toda pompa, alcurnia, solemnidad, dogma, autoritarismo, fatuidad, hipocresía y vanidad, incluyendo (y esto no es algo menor) las propias suyas. Sobre todo, es un pícaro terrible de «cabro chico», digno acólito de aquella alma de niño en cuerpo de gigante que es su patrón Pantagruel.

Este Panurgo solía vestir un manto provisto de múltiples bolsillos secretos, donde llevaba todo tipo de implementos útiles para urdir sus tretas y estratagemas. Favoritos suyos eran los alfileres de gancho, agujas de coser y una diversidad de pomos con ungüentos malolientes, adminículos con los que se daba maña para intervenir subrepticiamente sotanas de prelados y faldas de socialités, con el fin de bajarlos a ambos de sus pedestales, dejando expuestas las partes menos higiénicas de las anatomías de unos, o acosadas por perros vagos a otras, en momentos climáticos como homilías y misas solemnes, mientras él se revolcaba de la risa tras bambalinas.

Detrás de esa hilaridad hay un propósito serio, más serio aún que la evidente sátira social, y que áun conserva plena vigencia. Rabelais busca desarticular hábitos de pensamiento anquilosados y estereotipados mediante una deliberada contaminación de la alta cultura por la tradición popular. Busca enseñarnos de nuevo a pensar con espontaneidad y frescura, a pensar a extramuros del paradigma vigente, pensar desde el cuerpo, desde el niño, desde el cuento de hadas, desde otras lógicas, desde otras preguntas y otras miradas. Devolvernos, en fin, la capacidad y el goce lúdico de descubrir y urdir nuevos mundos y realidades para la vida y el pensamiento.

El «Manto de Panurgo», que podríamos también llamar «Manto de la picardía», es una más de entre una infinidad de ingeniosas locuras que con tal fin se despliegan en Gargantúa y Pantagruel, con Panurgo en el centro de muchas de ellas. Ese es el «Manto» con que Rebecca se vistió para su sofisticada estratagema con los cubos didácticos. Sólo que lo ocupó con una crucial diferencia con sus ilustres precursores. Lo que en Rabelais y en Panurgo es un dispositivo premeditado, un mecanismo cuidadosamente planeado, primero, y ejecutado laboriosamente después, en Rebecca es pura y espontánea improvisación creativa, inspiración del momento, pensamiento y acción en estado naciente.

Y ese arte precoz, que nosotros, con todas nuestras armazones intelectuales, hemos perdido, no hay novelista en el mundo capaz de devolvérnoslo del todo, por ingenioso, loco y creativo que sea, ni aún Rabelais. Quizá sea un saber para el cual sólo Rebecca y sus pares tengan la llave, y eso es algo que supongo que Rabelais intuía. ¿De otro modo, por qué darle a sus personajes, al mismo tiempo que una rara sofisticación filosófica, rasgos de conducta y salida tras salida tan, pero tan, infantiles?

Volveré a visitar nuevamente, en estas mismas páginas, este tema de tratar a los niños como maestros. Continuará…

Pantagruel ilustrado por Gustave Doré
Pantagruel, ilustrado por Gustave Doré

8 comentarios sobre “Los niños como maestros 3: el plan «B» de Rebecca y el manto de Panurgo”

  1. Lo que más me llama la atención querido Enzo, es la mirada tuya de viejo intelectual, que ve tanto más que cualquier cristiano la escena de tu nieta Rebecca, de por si notable.

  2. Enzo, que BELLO lo que escribes. Tu nieta es maravillosa, la imagino en el instante que se dio cuenta que el taco era del tamaño del cubo, la imagino, lápiz en mano, trazando su «B» al revés, el acto de colocar el taco en el carro, el grito de triunfo, la expectación…
    Y si se trata de de desarticular hábitos de pensamientos a través de lo popular, qué tal éste numerítico:

    Mazúrquica modérnica

    (Violeta Parra)

    Me han preguntádico varias persónicas
    si peligrósicas para las másicas
    son las canciónicas agitadóricas:
    ¡ay, qué pregúntica más infantílica!
    Solo un piñúflico la formulárica,
    pa’ mis adéntricos yo comentárica.

    Le he contestádico yo al preguntónico:
    cuando la guática pide comídica
    pone al cristiánico firme y guerrérico
    por sus poróticos y sus cebóllicas.
    No hay regimiéntico que los deténguica,
    si tienen hámbrica los populáricos.

    Preguntadónicos, partidirísticos
    disimuládicos y muy malúlicos,
    son peligrósicos más que los vérsicos,
    más que las huélguicas y los desfílicos.
    Bajito cuérdica firman papélicos;
    lavan sus mánicos como Piláticos.

    Caballeríticos almidonáticos
    almibarádicos mini ni ni ni ni…
    le echan carbónico al inocéntico
    y arrellenádicos en los sillónicos
    cuentan los muérticos de los encuéntricos
    como frivólicos y bataclánicos.

    Varias matáncicas tiene la histórica
    en sus pagínicas bien imprentádicas.
    Para montárlica no hicieron fáltica
    las refalósicas revoluciónicas.
    El juraméntico jamás cumplídico
    es el causántico del desconténtico:
    ni los obréricos ni los paquíticos
    tienen la cúlpica, señor fiscálico.

    Lo que yo cántico es una respuéstica
    a una pregúntica de unos graciósicos,
    y más no cántico, porque no quiérico:
    tengo flojérica en los zapáticos,
    en los cabéllicos, en el vestídico,
    en los riñónicos y en el corpíñico.

    1. Qué bueno que te gustó, Andrea, y tienes toda la razón del mundo con lo rabelaisiano y carnavalesco que es el mundo de Violeta, y es más, como ningún otro poeta chileno ella escribe desde la mirada del niño, o hacia el re-encuentro con esa mirada, como en la inolvidable «Volver a los 17» por ejemplo, con su tácito tributo a su mentor M. Proust, ese otro maravilloso francés que lo mira todo desde la óptica de un cabro chico… gracias por hacer ese cruce con Violeta… más comida para el pensamiento…
      Enzo

  3. Enzo realmente fascinante cómo de una anécdota cotidiana de tu nieta, igual fascinante x su ingenio, conectas todo un mundo de sabios y pensadores que nos retrotraen a pensamientos antiguos y al mismo tiempo primordiales y perennes.

    Una gran línea de exploración, gracias
    C

    1. Gracias, Carmen, de verdad es una línea bella de exploración, ¿quizá podríamos explorarla juntos, en parte, en los talleres de mitologías y cuentos de hadas que estamos urdiendo…?
      Enzo

  4. Mi querido Enzo.
    Para ver como mira un niño es imprescindible conservar aún bien abiertos los ojos de nuestro propio niño interior. Es lo que haces con tal maestría, que despiertas a nuestro propios niño que duerme en la pesadilla de ser adulto. Tu presencia en el aula es imprescindible: eres el educador del mundo nuevo y maestro de educadores para el mundo nuevo. Con unos cuantos como tú, jugando en el aula día a día a aprender, la revolución educativa estalla de un día para otro. Y con ella, el mundo nuevo.
    Un gran abrazo, lleno de gratitud (le diste a mi niño una jornada maravillosa), de admiración y de cariño.

    1. Entrañable Wichiba, la admiración es mutua, y me encantó lo de la pesadilla de la adultez, pero mejor moderar los elogios, por el riesgo de quitarle su protagonismo a los pergenios chicos… abrazo

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