Mi llegada por fin a Shangri La, bordeando los sesenta – elegía al horizonte perdido

enzo en shangri la abril 2012
enzo en shangri la abril 2012

Nunca leí la famosa utopía moderna Horizonte perdido, de James Hilton, en mis años de más fervorosa devoción al pensamiento utópico (los sesenta y setenta). Vine recién a leerlo ahora, en los dos mil y una docena, mientras resbalo vertiginosamente ya hacia mis sesenta años como un gato de extirpadas uñas por un húmedo tejado. Y no es que ya no crea en mis utopías (las sólo mías o las compartidas). Creo igual. Sólo que ahora el tiempo ya me apremia y temo ir viendo deshojarse con premura acelerada los años restantes para verlas realizadas.

Aquél ánimo aprensivo de mortalidades y temeroso de irme quedando ya sin tiempo para realizar lo único que realmente importa (aunque no le importe a nadie más que a mí), se me amplificó cruelmente al comienzo de mi viaje recién hecho a China este pasado abril de 2012.

Hallándome en Yunnan me llega un lacónico mensaje de nuestro amigo común Carlos «Caco» Salazar, anunciando la partida a destiempo de este mundo de Hernán Duval. Se acababa de morir Hernán, para quien sólo un par de días antes había pedido yo un poco más de tiempo a los dioses de un destartalado templito daoísta que encontré aferrado, como una implausible colmena, a la pared de un rascacielos en Kunming, capital de Yunnan. Un poco más de tiempo para que hubiera podido justamente Hernán intentar llevar a cabo su utopía: un sueño tan urgente como hermoso y compasivo que me había desglosado punto por punto hará unos cuatro meses atrás. La propia enfermedad que se lo llevó había venido entonces a embanderarle el pecho con el sueño aquél (él lo llamó entonces: «vocación»). Por qué esos naipes enfermantes del destino habrán de venir a repartirnos sueños, pero quitándonos al mismo tiempo la chance de realizarlos, es el misterio.

Al leer finalmente el libro de Hilton me encontré con que Horizonte perdido contiene una utopía centrada precisamente en el tema de cómo burlar aquél misterio. Trata de un monje llamado Perrault, como el famoso fabulista, quien se enferma de algo terrible y terminal, pero emerge incólume del otro lado de su agonía y de allí funda Shangri La, un mítico paraiso con un monasterio mitad budista mitad cristiano perdido en algún desfiladero de los montes Karakoram que separan a China de occidente. Allí la vejez no existe y se puede vivir hasta los doscientos años en un cuerpo de cuarenta. Es un paraiso impregnado de armonía, refinamiento, cultura y joie de vivre, con un piano y un clavecín donde una bellísima y perpetuamente joven mujer mongol toca delicadamente a Mozart y Chopin cada víspera. Shangri La es habitado exclusivamente por viajeros llegados para quedarse, pues su don de la eterna juventud tiene un precio: la imposibilidad de volver a salir jamás de allí, so pena de instantáneo envejecimiento (como le ocurre a la desventurada músico mongol, quien escapa de Shangri La tras enamorarse de un inglés recién llegado que no está ni ahí con seguir el espejismo de no envejecer).

Cada residente de Shangri La está allí cumpliendo – literalmente con todo el tiempo del mundo a su disposición – la tarea decisiva de su vida, que en la mayoría de los casos es un libro.

Curiosamente, el libro de Hilton llegó a mis manos en la propia Shangri La, y fue allí que lo acabo de leer. Ello pudo ser así debido a que como hay consenso entre los estudiosos de que Hilton ha de haber basado la mítica geografía de su obra en la geografía real del más remoto suroeste chino, los chinos – ni cortos ni perezosos cuando de entreverar realidad con ficción se trata – hace algún tiempo atrás le cambiaron nombre a su recóndito condado de Zhongdian, situado a tres mil quinientos metros de altura en la frontera de Yunnan con Tibet. Le pusieron 香各里拉 Xiangge Lila (Shangri La). El mismo lluvioso y helado anochecer de mi llegada a la ciudad antigua de Shangri La entré a guarecerme de la lluvia a su única librería y allí cogí el único libro en inglés de sus estanterías, que era Lost Horizon. Estaba claramente predestinado que lo leyese allí. Y ahora, no hace cuarenta años atrás.

Qué más me estará predestinado, y si se llegarán acaso, como las de los habitantes sin edad de la mítica Shangri La, a cumplir las utopías (mías o de mi generación), son dos preguntas que por ahora deben quedar pendientes. Pero en eso estamos, Hernán querido.

enzo y sylvia en shangri la abril 2012
Enzo y Sylvia en Shangri La abril 2012

4 comentarios sobre “Mi llegada por fin a Shangri La, bordeando los sesenta – elegía al horizonte perdido”

  1. Un amigo me dijo una vez que los libros llegan cuando uno los necesita.
    Probablemente Lost Horizont, la muerte de tu amigo y su sueño – cuya explicación te fue entregada punto por punto; fue para que la compartieras y otros o tú mismo lo hagan realidad.
    Saludos

  2. Querido Enzo:
    No dejas de sorprenderme. Me encanto lo que escribiste y me encanta tambien saber mas de tus vivencias. Todos echaremos mucho de menos a Hernan, Cuando chico yo pasaba en su casa y el en la mia, y a pesar que el tiempo nos distancio siempre guarde nuestros recuerdos de niñez.
    Un abrazo
    Francis

    1. Muchas gracias por tus palabras Francis. ¡Debemos juntarnos! Sabes, el próximo martes 22 estoy comenzando una pequeña serie de encuentros sobre Shakespeare y su importancia para nosotros. ¿Tal vez te gustaría participar?
      Abrazo
      Enzo

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