En la ruta china de la seda, 15 de Junio 2011, epílogo: meditación acerca de la impermanencia del budismo en el noroeste chino

Ya de vuelta en Xi’an, ciudad donde históricamente comenzaba la ruta de la seda, al cabo de un mes de viaje, me pongo a cavilar y a hacer un balance de los efectos que en mí ha tenido este viaje en solitario tan largamente soñado.

Siento que han sido variados y diversos. Vuelvo exultante, maravillado, agradecido. Ha sido un viaje exigente, a veces duro, más solitario de lo que imaginé. Pasé días completos en silencio, comunicándome por gestos, mímica que me ataba por filamentos más tenues que la seda a una raza de gentes que no tenían nada que decirme ni esperaban que les dijera nada.

Pero mucho de nuevo para mi he presenciado. He sentido mucho asombro, mucho desafío para la imaginación y espíritu y también he sentido surgirme mucha nueva interrogante. Conocí lugares nunca por mi imaginados, más aun: inimaginables para quien no ha estado. Tales como Dunhuang y sus comarcas, uno de los lugares de la tierra que se pueden llamar, sin riesgo de objeciones, bellos, y a donde sé que tengo que volver antes de que me bajen la cortina.

Pero de todo lo que en estas cuatro semanas he visto y me ha tocado con su pregunta, nada se compara con la conmoción causada en mí por el arte budista de las cavernas de «mil Budas» que pueblan el desierto de Gobi y el Taklamakan, para usar el termino genérico con que se las conoce aquí.

Fei Tian - Apsaras Voladoras, Grutas de Mogao, Dunhuang
Fei Tian - Apsaras Voladoras, Grutas de Mogao, Dunhuang

Las hay en varias docenas de lugares. Los asteriscos con que las marcan en los mapas de la región se constelan como una nutrida vía láctea separando en dos estos desiertos.

Yo estuve en siete de ellas, desde Binglingsi en las afueras de Lanzhou en la provincia de Gansu hasta Bezelik en Xinjiang. A la primera sólo se llega en lancha, pues una represa hace poco construida ha eliminado todo otro acceso. Esa llegada es mágica. A la última llegué tras ocho horas en tren y dos en taxi por el desierto, una llegada más agreste que aquella a la Virgen de las Peñas de Livilcar en Arica. Y entre ellas, por cierto, estuve en las famosas grutas de Mogao, a medio camino entre aquellas otras dos, en las afueras de Dunhuang, de las que ya he hablado en otro posteo.

Expresar lo que uno ve y uno siente en esas cuevas es difícil. Hay que llegar allí y estar dentro de ellas para sentirlo en carne propia, torciéndose el cogote bien torcido para poder contemplar los cielos de las cuevas, que es a donde menos han llegado las depredaciones del tiempo asi como de los iconoclastas musulmanes y huaqueros occidentales. Hay que aquedarse allí un buen rato ensimismado con los feitian, apsaras, los bodisatvas, sakyamunis, guanyins, músicos, sirvientes, bailarines, osos, ciervos, demonios etc. Incomprensible e incomunicable de otro modo.

Pero hay una impresión que tuve que sí es comunicable, y es haber sido asediado en ellas por el sinsabor indescriptible de haber estado presente ante la permanencia dentro de las cavidades de la tierra de una de las expresiones artísticas más bellas, más sublimes y más puras imaginables, pero cuya cosmovisión se extinguió completamente de las faces de esa tierra y de entre sus gentes.

Feitian - Apsaras Voladoras, Grutas de Mogao, Dunhuang
Feitian - Apsaras Voladoras, Grutas de Mogao, Dunhuang

¿Cómo pudo ser? Si en la época de Xuanzang – 600 AC – el budismo era la fe mayoritaria, y lo fue durante los mil años que tardó esa empresa artística titánica, tal vez el mayor esfuerzo simbólico que ha hecho cultura alguna de la humanidad…

En el avión de vuelta a Beijing ya para volver a casa, trabo conversación con Juan Carlos Sánchez Gallego, un español ex-funcionario de notaría quién, llegado a los cuarenta años, decidió que la vida tenía que ofrecerle más y dejó el trabajo y salió a viajar y re-inventarse, y ahora oscila entre dos amores: China y Costa Rica. También ya parte de vuelta a casa. Sabe una enormidad de historia China moderna, o de los últimos doscientos años. Mucho más que yo.

De alguna forma la conversación enfila hacia las preguntas que los dos nos llevamos de China tras este viaje. La suya es si irá a ser buena o mala para la humanidad a la postre la ascendencia económica que está teniendo China en la actualidad. La mía es la que ya dije: el misterio de la extinción del budismo en los desiertos del noroeste chino, a pesar de su transfiguradora apuesta artística, en sus cavernas, por la permanencia de su cosmovisión.

Ambas son interrogantes abiertas, como llagas frescas todavía. Las sopesamos un buen rato, pero el avión aterriza y no hemos concluído nada aun. Nos rendimos ante la incógnita y el misterio. Allá arriba en ese cielo límpido de los desiertos que hemos dejado atrás, las Feitian – Apsaras Voladoras – ¿seguirán, seguirán… en su vuelo sensual y sublime…?

Feitian - Apsara voladora, Grutas de Mogao, Dunhuang
Feitian - Apsara voladora, Grutas de Mogao, Dunhuang