En la ruta china de la seda: Jiayuguan 26 de Mayo 2011: un muelle sepulcral en el comienzo de la civilización

El taxi se detiene frente a una barrera con una garita que dice: «ticket office». Alrededor todo es tierra y pedregal. A lo lejos se divisan montañas, achatadas por un horizonte interminable. Más cerca se ven usinas, otro vasto horizonte de ellas, supurando fumarolas. Y más cerca aún, pero igual a varios kilómetros, alamedas y huertas, circunvaladas por el desierto. Pero allí donde me hallo no parece haber nada. Sólo piedras y huellas de neumáticos en la tierra suelta. Bajo a comprar mi entrada a «la nada».

La portera me explica que con su ticket podré ver el primer «muelle» de la Gran Muralla, más el fuerte de Jiayuguan, otrora famoso paso fronterizo entre la civilización china y la «barbarie» de las estepas, más un kilómetro de Gran Muralla encaramándose por las montañas que flanquean el paso por el norte.

El primer muelle de la Gran Muralla - Enzo en Jiayuguan, Gansu, noroeste de China
El primer muelle de la Gran Muralla - Enzo en Jiayuguan, Gansu, noroeste de China

Me deja perplejo con aquello de «muelle» y creo haber entendido mal. ¿Un muelle en estas sequedades? «¿El primer muelle…?» le pregunto. Ella asiente, «muelle». ¡No es posible, me vuelve a penar el tema de agua, como hace tres días en Beijing! Pero ella pasa a otra cosa: me pregunta si tengo 60 años, pues a partir de ese otro hito que no deja de tener su importancia (los sesenta son el final de un ciclo del tiempo según el calendario chino, y el comienzo del siguiente) el valor de la entrada se reduce a la mitad.

 

«No», le respondo. «Tengo 58 años». Dicho y hecho, me cobra el precio sin reducción y me manda de vuelta al taxi mientras vuelve a cubrir su sonrisa (¡cómo te sonríen en China!, los ojos rasgados han de haber evolucionado solo para eso: sostener la sonrisa) con el pañuelo que la protege del polvo.

La portera, ¿saben?, me incitó a declararme de sesenta, pues usó el interrogativo «¿Ud. tiene 60 巴 – ba?», que invoca una respuesta afirmativa, en vez del «Ud. tiene 60 吗 – ma?» que es neutro.

Pero la prudencia más un horror que me está viniendo de envejecer, me forzaron la mano. Si hace unos días no más, a Javiera, una periodista que me acaba de entrevistar, le expliqué este viaje así: «Creo que lo que me motivó finalmente a lanzarme a este viaje soñado pero temido, es sentir que estoy casi llegando a los sesenta y se me acortan los plazos…» ¡Cómo me iba ahora a pasar de un viaje a los sesenta por ahorrarme unos pocos «kuais» (las «lucas» chinas)!

Y prudencia, porque además sé que ya no puedo mentir. Cada vez que he mentido en mi vida, en pos de alguna mezquina ganancia, el cosmos me la ha cobrado después con usurero interés. Y su manera de cobrar es volviendo la mentira realidad, como suele pasar una y otra vez en esos textos aleccionadores como son Las mil y una noches y los cuentos de los hermanos Grimm. Sé que a la hora que le hubiera dicho que sí, no habría vuelto a salir de China sin que algún episodio de algo así como artrosis o cataratas se desencadenara, con el sólo propósito de ungirme los sesenta.

Y en este viaje debo ser especialmente prudente, no lo voy a saber yo, pues es mi viaje «hacia el oeste» de China, y la dirección oeste en China ha sido, desde la más lejana noche del tiempo, la dirección de la justicia, del castigo, de la conducta correcta y la sinceridad. Por eso la historia de estos parajes está tan cargada de héroes (¡y heroínas!) justicieros, monjes budistas de absoluta templanza, guerreros de abrumadora nobleza… e interminables legiones de castigados.

El taxi me lleva en breve trayecto hacia otra caseta, pero de piedra esta vez, y el taxista me gesticula que entre. ¿Y ahora qué? ¿Otro ticket? Pero la caseta resulta ser la entrada a un túnel subterráneao, que baja inclinado como una rampa de esas tumbas que pueblan por doquier este desierto («cuya única presencia son los incontables huesos de sus muertos», imagen del monje budista Fa Xian que pasó por allí hace 1500 años, repetida por muchos viajeros después).

Efectivamente, desciendo por la rampa y en seguida me hallo en una caverna de piedra, parado sobre una tumba, que ha sido puesta en exhibición bajo techo de vidrio, tal como fuera excavada. El sepulcro es pequeño, pero a mi izquierda hay incrustado en la tierra un enorme saurio fósil, también, me imagino, dejado allí tal como fuera encontrado.

Una niña joven me llama desde un balcón hacia el que se abre la gruta, ofreciendo tomarme una foto. Es todo muy surreal. Rehuso la foto, estoy bien confundido. Como en un sueño, la realidad no me cuadra y aquél es un balcón imposible, como si acabara de bajar por una de esas escaleras de Escher, para hallarme al final más arriba que cuando partí. Salgo al imposible balcón, y se me encoge el pecho de vértigo.

El suelo del balcón también es de vidrio y me veo parado sobre el abismo, a un metro de la pared de un acantilado y a unos cien metros arriba de un torrente de aguas color turquesa, el río Taolai. Al frente, a unos cien metros también, la otra pared del torrentoso cañón. Un guardia me hace mirar hacia la derecha: «El primer muelle», musita. Y ahí está, a unos veinte metros encima nuestro: un enorme torreón cúbico de tierra construido al borde mismo del acantilado, su pared continua con la pared del cañón.

Cañón del río Taolai con el primer muelle, visto dese el balcón de la tumba - Jiayuguan, Gansu, China
Cañón del río Taolai con el primer muelle, visto dese el balcón de la tumba - Jiayuguan, Gansu, China

La endiabladamente ingeniosa idea aquella de los museógrafos chinos, de perforar un mirador directamente desde la tumba subterránea contigua al primer muelle, hacia la pared del cañón del río Taolai, se la tiene que haber sugerido, se me ocurre a mí, el propio Marco Polo. ¿Quién otro, si el viajero veneciano nos cuenta, al comentar las costumbres de los habitantes de estos parajes, que una de ellas era no sacar a sus muertos por la puerta de sus casas (pues ese era el pasaje de los vivos – mi lectura) sino perforar la pared del fondo especialmente para ello. Posiblemente – así lo interpreto yo por lo menos, pues Marco Polo narra mas no interpreta – para que el muerto mantuviera su línea visual ininterrumpida hacia el lugar de sus vivos.

Salgo de la caverna por donde mismo entré, y el sonriente taxista (seguro sin duda, por mi expresión, de que el cuidadosamente dispuesto escenario había hecho bien su tarea conmigo), con otro ademán, me invita a seguirlo hacia la parte de atrás de la caseta. «Chang Cheng» – la Gran Muralla – me dice, apuntando hacia una especie de talud de tierra apisonada, ni muy ancho ni muy elevado, que se proyecta desde el torreón del muelle, en línea recta hacia el horizonte. A lo lejos la va perforando lentamente un tren, que se ve tan largo, ancho y alto como ella.

Contra todas mis expectativas, la Gran Muralla china, esa inconmensurable serpiente de tierra, al parecer nace y muere en el agua.

Enzo en el comienzo de la Gran Muralla, Jiayuguan, Gansu, China
Enzo en el comienzo de la Gran Muralla, Jiayuguan, Gansu, China

3 comentarios sobre “En la ruta china de la seda: Jiayuguan 26 de Mayo 2011: un muelle sepulcral en el comienzo de la civilización”

  1. Nihao Enzo, soy Lorena Catalán y te cuento que hoy entre recién a tu blog y me encontré con unas historias muy entretenidas e interesantes. Con recuerdos del viaje anterior a China y me dió mucha nostalgia…pero bueno será que de seguro tendré que volver, así que seguiré revisando tus notas y comentarios.
    Saludos y los videos están bonitos al igual que las fotos.
    Lore catalán

    1. Queridísmo Andrés, ¡qué alegría saber de tí! Mi email es enzocozzi@gmail.com y skype: «confuciuschile» escríbeme o llámame… tenemos tanto que conversar… tanto en que ponernos al día… un abrazo igual de enorme.
      Enzo

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