Cabriolas de armiño, esgrimas de oso y el magisterio animal

Mi arcángel Gabriel (quien a estas alturas ya está bíblicamente claro que no va a dejar de cuidarme así no más, rehuya como lo rehuya) me deja un libro con los conserjes de mi edificio. Sincronicidad. El camino interior hacia el liderazgo (tal cual, destacado en rojo), de Joseph Jaworski. Sus instrucciones: leerlo y comentarlo en estas páginas. Aquí mi cumplimiento de la tarea:

Sincronicidad. El camino interior hacia el liderazgo, J. JaworskiEl libro es entretenido y seductor, hay que decirlo. Quizá porque recicla para el género de la literatura ‘motivacional’ dos tópicos muy bien elegidos, ideas ‘estrellas’ en psicología transpersonal. (1) Las ‘experiencias de flujo’, como las que suelen darse en el deporte de élite y en la ejecución musical, concepto que viene de Mihály Csíkszentmihályi (no me pidan que pronuncie ese nombre). (2) La ‘sincronicidad’ de C. G. Jung, aquella influyente idea que ancla al nivel vivencial su propuesta de un inconsciente colectivo (pues de otro modo experiencias ‘sincrónicas’ como cuando nos leemos mutuamente el pensamiento, permanecen inexplicables). Mas no me voy a meter por esas dos rutas, pues dan para largo.

El autor además toma prestada su estructura narrativa de un libro de un formidable tocayo suyo – y norteamericano también: Joseph Campbell. El libro (que recomiendo) se llama El héroe de las mil caras. Nos presenta una fascinante narrativa del camino hacia la autorealización, inspirada en lúcidas y sensitivas lecturas de mitologías y cuentos de hadas. El segundo José sigue paso a paso al primero, pero al final igual me quedo – ¡de todos modos! – con el original. No tanto porque conozca bien sus obras y me haya inspirado en ellas en mi propio trabajo. Es que sus fuentes de inspiración no son las mismas. Donde Campbell acopia aventuras de héroes mitológicos y de la ficción popular, Jaworski cosecha de sus propias correrías. Así nos estrecha demasiado el foco y termina narrándose a sí mismo, autoconstruyéndose – sin proponérselo – como un personaje de ficción. Y de un modelo de ficción que no termina de convencerme…

Voy a ejemplificar con un episodio tan sólo: su encuentro con un armiño en las nieves de Alaska, escogido porque me divierte y me evoca, además, ciertos temas que hacen años me rondan: el magisterio del animal, de la planta y hasta del objeto inanimado, cosas así. Pero veamos. Cito textual:

«Me detuve. El armiño se quedó allí, frente a mí, observándome fijamente y sin mover un pelo siquiera. Diría que estuvimos varios minutos mirándonos directamente a los ojos, pero tal vez fué menos de uno. Se dió la vuelta para irse mas acto seguido se detuvo, giró de nuevo hacia mí y volvió a mirarme fijamente. Entonces empezó. Dió un salto en el aire con una enorme voltereta y después volvió a mirarme a los ojos como para preguntarme: «¿Qué te ha parecido?» Repitió el truco tres o cuatro veces más y cada vez ladeaba la cabeza y me miraba como pidiendo aprobación. Yo me quedé allí, petrificado. Después empecé a sonreir y a ladear mi cabeza como él. Esto se prolongó un rato larguísimo. Estando allí, juntos, me sentí uno con el armiño. Finalmente, se dió vuelta una vez más a mirarme, y volvió a sumergirse en la nieve y desapareció.» (Jaworsky, Sincronicidad, 7, 96)

Jaworsky encabeza el capítulo, llamado «Unidad», con una cita de Martin Buber: «¡Cómo nos educan los niños, los animales…!» Pues bien, la pregunta ¿qué aprendió él del armiño? la responde así: «Me enseñó la importancia de la experiencia de unidad. En mi infancia no recuerdo haber sentido un acuerdo tan fundamental con otro ser.»

«¿Acuerdo?», «¿unidad?» Grandes palabras ¿Acuerdo acerca de qué? ¿De lo seco y ‘brígido’ para hacer cabriolas que era el armiño? ¿De lo sensitivo y fuera de serie que resultó ser J.J.? (¡Un humano por esos parajes, sin intenciones de hacer de su piel un abrigo!). Ni que hubieran estado en una película de Disney. Un animal salvaje ‘luciéndose’ como muchacho en recreo y jugando al «¡hácete ésa!» con su predador natural, quién a su vez acaba exhudando autosatisfacción con su propia capacidad de comunicarse profundamente con el animal. Jaworsky está antropomorfizando. Proyectando vanidosamente su propia psiquis, cultura y educación sobre el blanco telón de la fierecilla en la nieve.

¿Lección real para él ahí del armiño? Ninguna. Lo que quiera que haya sido la motivación del animal, o lo que de veras hubiera podido enseñarle, es un misterio cerrado, pues su discípulo sólo se contempló a sí mismo, a sus propias fantasías, en el encuentro.

Leonardo da Vinci, 'Dama con armiño'
Dama en profunda unidad con un armiño... - cuadro de Leonardo Da Vinci

Un poco de atención al contexto, al panorama mayor, tal vez le habría dado más pistas a J.J. Pues, contrariamente a sus presuposiciones, un animal no va a la interacción (como hace J.J.) desde ‘sí mismo’, ni tampoco va hacia una supuesta sincronización con un ‘otro’ (el famoso esquema de Buber), y menos aún si ese otro es nada menos que un predador de su especie. Para el armiño no puede haber habido ni un ‘yo’ hacedor de piruetas ni un ‘tú’ espectador, pues esa es una distinción ajena a su naturaleza y (¿por qué no?) cultura. Dicho de otra manera: el animal carece de ego, sus fronteras psíquicas son fluidas y su conciencia está incrustada en un campo mayor. Si no apartó los ojos de los de J.J. ¿no habrá sido para mejor leerlo y anticipar sus acciones (ver más abajo)? ¿O para asegurar que él no los apartara tampoco, y así le pasara inadvertido algo, quizá de vida o muerte, que se podía estar jugando por ahí cerca en la nieve?

Lo probable es que Jaworsky haya sido receptor de una exhibición señuelo (‘decoy display’). Una sofisticada, y arriesgada, maniobra distractora, típica de animales salvajes en condiciones de inferioridad defensiva, donde uno de la familia expone histriónicamente la vida para distraer al predador y así mantener a salvo a la prole.

Y de haber sido así, ¿qué duda cabría de que el notable animal jugó su papel a la perfección, mejor que el mejor actor humano imaginable? Como nos hicieran notar, entre otros, Edward Gordon Craig (famoso actor y director teatral inglés) y Maurice Maeterlinck (dramaturgo, padre del simbolismo europeo y filósofo de la mente de animales y plantas): hasta el mejor actor, por más vasto que sea su genio, limita con las fronteras de su ego, su autoconciencia. Limitación de la cual las bestias (¡y hasta los muñecos!) están libres.

Y este tema me ha traído al recuerdo otro encuentro entre una fiera y un hombre, narrado por Heinrich Von Kleist, el romántico alemán, donde el narrador (ah, por algo era Kleist) se mostró menos henchido de sí mismo y más capaz de sacar del encuentro una humilde y aleccionadora lección. (Ok, para no ser tan injusto con Jaworsky, Kleist tenía la ventaja, no menor, de que no había Disney en su época todavía. Eran recién, ¡recién!, los magníficos tiempos de los hermanos Grimm).

También lo voy a citar textual. Escribe Kleist:

«Me quedé asombrado de ver al oso parado en sus patas posteriores, de espaldas al poste donde se hallaba encadenado, con su zarpa derecha delante suyo en posición de combate. Me miró directo a los ojos. No estaba seguro de no estar soñando, viendo a tal adversario. Me urgieron a atacar. «¡Vé si lo puedes ‘tocar’!» me gritaban. Un poco recuperado ya de mi asombro, me le fui encima con una estocada. El oso hizo un leve movimiento con su zarpa y paró el golpe. Hice un amago, para engañarlo. El oso no se movió. Ataqué de nuevo, con toda la habilidad de que disponía esta vez. Sé con certeza de que de haber sido un contrincante humano, la habría perforado el pecho, pero el oso volvió a detener mi estocada con un suave ademán de su zarpa. La total inmutabilidad del oso me robó mi compostura. Mis ataques y amagos continuaron con profusión, el sudor me corría a manantiales, pero en vano. No era solamente que parara mis estocadas como el mejor esgrimista del mundo, sino que cuando yo amagaba, sencillamente no se movía. Ningún espadachín humano podría emularlo en aquello. Se mantenía erguido, su zarpa en posición de combate, sus ojos fijos en los míos como si pudiera leerme allí el el alma, y cuando mis estocadas eran sólo fingidas, no se movía.» (H. Von Kleist, Acerca del teatro de marionetas).

Espero que a nadie se le hayan escapado los paralelos con Jaworsky, quién por momentos repite palabra por palabra la dicción de Kleist. Pero, contrariamente a este último, el primero es incapaz ni de imaginarse siquiera, la posibilidad de que su experiencia con el armiño pudiera haber ilustrado una cierta superioridad mental del animal, en lugar de su disneylandesca fantasía de «unidad».

Hay una pregunta fascinante (¿y urgente?) que surge de todo ésto, y debo agradecer a J.J. y a Gabriel Bunster, mi ‘arcángel guardián’, por habérmela puesto en el buzón. Y es un tema que me ha andado zumbando hace años en la mollera, desde mis primeras lecturas de Maeterlinck. Visto que aparentemente hay ciertas limitaciones mentales nuestras que las bestias no sufren, tales como capacidades de ‘leer’ y anticipar infaliblemente a otras mentes, por ejemplo… ¿Podría haber, o debiera haber, un magisterio animal que se hiciera cargo de educarnos en esas capacidades? Eso preguntado en el sentido fuerte, ejecutivo y concreto del término. Y no laxo, ni abstracto ni sentimental (pecadillo del cual hasta la cita de Buber arriba peca un tantico, para qué estamos con cosas).

Es decir, ¿Qué saberes habrá que sólo ciertos animales nos puedan enseñar, porque sólo ellos disponen de ellos y los nacen sabiendo? ¿Saberes que de no sernos enseñados por ellos nos queden inaccesibles, sellándose así (con lacre de «titanio») un progresivo encogimiento mental en nuestra especie, a medida que se nos va apartando más y más de toda convivencia (no disneyficada) con el reino animal?

El oso esgrimista - ilustración

8 comentarios sobre “Cabriolas de armiño, esgrimas de oso y el magisterio animal”

  1. ¿Será que el oso estaba completamente «ahí», presente en el momento, en tanto que el humano cargaba una serie de capas interpretativas acerca de si mismo, del oso, del momento, de los que lo azuzan, de su imagen (en fin, puede ser una lista interminable)? Eso explicarí su lentitud en comparación con el oso, que podría anticipar largamente cada uno de sus movimientos e intenciones.

    1. Gracias Andrés, dan que pensar tu conjetura y su paradoja: ¿cómo anticipar un momento futuro desde una presencia sin brechas en el actual…?

      1. Así, así, así mismo es…
        Nuestro cerebro nos hace vivir un presente que está en el pasado. Tiene que ajustar las percepciones que le llegan desfasadas. La luz viaja mas rápido que el sonido, pero, percibimos el sonido antes…

        Al tigre había que escucharlo acechándonos donde no lo veíamos…

        Acabo de leer un artículo en la revista The New Yorker muy bueno.

        En pocas palabras, nuestro cerebro no solo tendría la capacidad de materializar nuestro universo, –de la mecánica cuántica–, sino que también de crear el tiempo…

  2. Enzo, gracias por este posteo genial, entretenido, profundo. Nos pones en una meseta desde la cual pensar e imaginar son «cosa seria». La verdadera » Belleza de Pensar».
    Te cuento que me pasó lo mismo que a tí con el libro Sincronía, sólo que abandoné a poco andar, precisamente con la historia del armiño. Tu posteo me vuelve el alma al cuerpo, porque hasta ahora,-según tu arcángel- nadie más que yo no había entendido la maravilla encriptada. Te sumas tú, aún que los dos podemos no solo ser unas rarezas, sino estar muy perdidos…

    1. Ah, si andar perdido es mi condición esencial (y altiro me acuerdo del Dante en su selva oscura), ¡bienvenida, compañera de jaula!

  3. Habiendo leído el libro, parece que yo tuve la suerte de haberme saltado este capítulo del armiño porque… no lo recuerdo en absoluto. O, quizás no le di ninguna importancia y lo he olvidado.

    Pero, si doy fe… aunque no sirve en una corte porque tampoco me acuerdo, que me ha ocurrido un par de veces que en situaciones donde el animal no ha tenido malas experiencias, se comporta de manera muy amigable.

    No hay que desconocer las colas de… probabilidades, tampoco.

    Pero, si coincido en que de ahí a la unidad del universo…

    Contestando tangencialmente tu pregunta, debo señalar que las «mejoras» tienen sus consecuencias, a veces, negativas e inevitables.

    En matemáticas si mal no recuerdo se le conoce como grados de libertad.

    El mejor ejemplo esta en reconocer que la evolución de una citroneta al auto con todos los power hace al remozado automóvil muy cómodo, pero, proclive a innumerables fallas que no se daban en su humilde antecesor.

    Volviendo al animal que piensa.

    Creo que la mejor manera de entender la desventaja de pensar, sobre todo en lo que se refiere a velocidades, es la siguiente:

    Si yo te pido que evoques un recuerdo feliz, bastara con que lo evoques para saber lo que es felicidad. Ahora, si yo te pido que me expliques o definas lo que es la felicidad… bueno, a todos se nos tranca el bolo.

    Nuestra corteza cerebral superior nos permite grandes cosas, pero, ya no somos tan rápidos.

    Interesante tema –bonito blog.

    1. Gracias Joe, me gustaría aprender más de eso de las libertades en matemática, ¡a ver si hallo algún día algún ‘animal’ que me lo enseñe! Así que con Sylvia María Uds. dos son amigos de la infancia. ¡Qué buena! El Bunster me dice que esta aventura de bloguear me hará descubrir afinidades con otra gente… mmm ¿tal vez habrá querido decir «con la misma gente»…? Un saludo afectuoso

  4. En relación a los grados de libertad GL…

    Imagínate un piso con dos patas… GL=1, te sentai, se mueve, te caes…
    Ahora, uno de tres patas, perfecto. GL=0.
    Luego, un piso con cuatro (o 5, o 6..) patas siempre va a cojear, le sobra una pata…

    En otras palabras, nuestra racionalidad nos hace cojear??

    Un abrazo,

Los comentarios están cerrados.