¿Shakespeare en Chile, hoy? – anatomía de una necesidad

(Mi título es un homenaje a Felipe Pimstein, cuyo libro, Hamlet. Anatomía de la ambigüedad leía yo poco antes de la debacle en 1973)

Vengo entrando a Santiago desde Viña del Mar por la Costanera Norte. Los meandros del Mapocho le imprimen una fuerza ‘G’ a mi jeep que me empuja suave pero firmemente de lado a lado. Mis espaldas disfrutan las presiones del serpentino vaivén. Arrebujada en su archipiélago de montañas, Santiago se ve hermosa desde el sinuoso talud carretero. Movimiento y paisaje conspiran para darme algo como un arrullador masaje (o mensaje), que me baja la guardia y mal me prepara para el frenesí que sé que me espera al salir del túnel que en pocos minutos va a tragarme.

La radio del vehículo viene eructando (es bien chicharrienta) una entrevista a un joven dramaturgo y director chileno que acaba de estrenar una obra donde «subvierte a Shakespeare». Shakespeare según él «escribía para el poder» y ni los pobres ni las mujeres ni los niños figuraban en sus obras, por lo que es tan necesario subvertirlo. Una desoladora desazón de oír aquello acude a resquebrajar mi fugaz reconciliación con mi ciudad. Melancólicamente pienso, pienso (a la manera de Pezoa Véliz en su tarde de hospital)… en la incongruencia entre esos asertos que escucho, y unas lejanas experiencias mías del año 1974…

En ese entonces fue que este (¿otrora o siempre?) aprendiz de revolucionario estuvo un buen tiempo confinado en las celdas del poder, bien cerca – a tiro de piedra – de esta carretera por donde ahora discurro. Y sucede que durante ese dilatado trance hallé un dulce bálsamo en las obras completas del genio inglés, las que pude leer (todas; allí el tiempo es el más negligente guardián, nunca pasa ni sale nunca de ronda) en su idioma original, secundado por un enorme diccionario Webster que mi padre no sé de dónde se consiguió. (Todavía lo tengo; sólo que ahora, tras vivir treinta y tantos años en Inglaterra, lo uso más que nada en reversa, para consultar desde el inglés al castellano. Vueltas de la vida).

Ya casi entrando en la boca del túnel, mientras sigue el entrevistado exponiendo acerca de los servicios que Shakespeare prestaba al poder, mis recuerdos se posan – «¡finos, gráciles, leves!» (vean los versos de Pezoa V.) – en la primera obra que entonces me tocara en suerte leer, sólo al albur de haber sido la primera del tomo primero: Measure for Measure (Medida por Medida).

Medida por Medida - A Noise Within, 2010 - Karron Graves es Isabella y Geoff Elliott es Angelo (Foto: John Berry, Architects)
Medida por Medida - A Noise Within, 2010 - Karron Graves es Isabella y Geoff Elliott es Angelo (Foto: John Berry, Architects)

Ya en sus primeras líneas me fui dando cuenta (¿paradoja, burla del cosmos, necesidad?) de que la obrita en cuestión transcurriría toda entre calabozos, púlpitos y tribunales. Y a poco leer ya tenía a su protagonista (¡una novicia adolescente!) defendiéndose del poder con encarnizada resistencia. El poder estaba encarnado en un cierto ‘Angelo’ que… bueno las palabras huelgan, está ahí en la imagen de arriba. La pugna entre ambos era tan gráfica y descarnada que si se me acercaba un guardia yo cerraba presuroso el volumen, de puro miedo de que me fueran de nuevo a atrincar o, peor aún, a confiscar el libro para consignarlo a alguna pira por ahí. Extraño, lo sé, irracional. Era Shakespeare en inglés renacentista, y me constaba que mis vigilantes eran semi-analfabetos… si pasé cualquier tiempo entre mis propias lecturas, enseñándoles a ellos a leer… Pero igual… la imaginación shakespereana me mantuvo en vilo tanto en su ficción y como en mi realidad.

Entonces, ya tragado por las penumbras del túnel y enfilando hacia «La Concepción», me germina – desde la desazón sin duda – una pregunta:

¿Será Shakespeare posible en este país hoy día? ¿No será acaso imposible? ¿Será posible comprenderlo, captarlo, sentirlo, recibirlo, navegar sus mares y atracar en sus islas, meterse en sus vísceras (meterse a concho, sin flotadores ni mangueras de aire al bote, como hay que sumirse en el «abismo» ese de Neruda en Alturas de Machu Picchu)?

¿O la imaginación shakespeariana nos pasará de largo quizá, pues para tocar siquiera sus mundos tal vez se requiera otra laya de mente y otra clase de corazón? ¿Mente y corazón que quizá ya no estén disponibles para nosotros?

¿Cuáles son esa mente y ese corazón shakesperianos? ¿A qué me refiero? Ya bien apretujado dentro del túnel la radio se calla y sólo me arrulla el suave murmullo del tráfico, mientras voy cavilando en mentes como la de Calibán en La tempestad, o la de Jacques en Como gustéis, o la de Viola en Noche de epifanía o la del bufón en El Rey Lear

Ya asoma la luz al fondo del túnel. Dentro de poco afloraré en medio de Vitacura y el jeep enfilará solo (cabalgadura fiel volviendo a su establo) hacia el hogar, pues yo sigo perdido en mis ensoñaciones. Voy hasta ‘oyendo voces’ de ‘maestros lectores’ del vate inglés: De Quincey, Coleridge, Schlegel… y más cerca de nuestros tiempos: Wilson Knight, Kott, French, Bloom… y nuestro propio Pimstein, que ya nombré… ¿Será posible hoy en Chile leer y sentir a Shakespeare como ellos lo sintieron y leyeron? ¿Cómo ellos nos han incitado a verlo y leerlo…?

Días después, salido ya del hipnótico trance, le paso a mi amiga Andrea Brandes una primera versión de este posteo, mucho más pesarosa y sombría, preguntándole: «¿Tú qué crees Andrea, será posible Shakespeare aquí hoy…?»

Y ella me contestó algo así como (parafraseo):

«Mira Enzo, yo siento que mejor nada de desesperanzas ni réquiems aquí. Tendrá que ser posible no más. Porque, ¿sabes? Shakespeare es necesario. Su humor, su creatividad, su alcance, su poesía, su humanidad, su universalidad… Pero si de todo lo que tú mismo insinúas se desprende clarito que sin su presencia aquí hoy día entre nosotros, sin la guía de esas «lecturas maestras» suyas que nombras, sin mentes como las de Jacques, de Calibán y de Viola, me parece que ahí sí que nos condenamos a quedar tristemente incompletos, estrechos, diminutivos, pálidos, vacíos… »

Y me sugirió (a viva voz o tácitamente, ya no recuerdo) tarjar la palabra «imposibilidad» que yo había puesto en el título original de este posteo, y poner «necesidad» en su lugar…

Brent Carver es Jacques en Cómo Gustéis, RSC Stratford, 2010, dirigida por Des McAnuff
Brent Carver es Jacques en Cómo Gustéis, RSC Stratford, 2010, dirigida por Des McAnuff