Mi banderita chilena en su naranjita china

Mi banderita chilena pegadita en su naranjita china, hermanitas de corazón
Mi banderita chilena pegadita en su naranjita china, hermanitas de corazón

El día partió con un idílico viaje en balsa por un Lijiang calmado y azul, disfrutando, en un día resplandeciente de sol, de las extraordinarias formaciones geológicas de Karsts a todo nuestro alrededor. Cada una de esas formaciones que se pueden ver en el video lleva su mítico nombre: «León observando a los nueve caballos», «Abuelo mirando una manzana», «Paño amarillo en el agua», «Ocho sobrenaturales cruzando las aguas», «Cerro del tigre blanco», «Cerro del bordado», «León subiendo el cerro de los cinco dedos», «Molinero en su trabajo» etc. etc.

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Todo el mundo que lo ha conocido concurre en que el Lijiang y su entorno es uno de los paisajes paradisíacos de la tierra. ¡Eso es tan pero tan cierto! Hay que ser demasiado desventurado para no sentir que la fina lluviecilla que te asperja mientras la balsa va rompiendo el río te estampa delicados sellos de felicidad.

Yo sólo agregaría, que lo que tal vez distinga a ese paraíso de otros comparables que habré conocido (como la costa de County Kerry en Irlanda, donde David Lean filmara su Hija de Ryan), es que el de Lijiang es el paraíso del sentido y del significado – es un edén narrado. Allí paisaje y palabra se aglutinan en un completo diccionario del cosmos, sin un sólo cerro que no escriba y no narre. El solo estudio de unas pocas entradas de ese diccionario, como las que he mencionado, te abre la mente hacia el entendimiento de la cosmovisión china y su entrelazamiento de cosmología, geografía, historia y narrativa. Esos leones observando o subiendo, ese pañuelo ungiendo en el agua y ese molinero dándole a su piedra, no son abstracciones, son migajas narrativas de un pan mayor. Están comunicando un entrelazado de mitos, leyendas, creencias locales y sucesos históricos con observaciones precisas de la naturaleza.

Recalamos hacia el mediodía en Xingping, una pequeña aldea enclavada en un meandro del río entre las formaciones de Karsts. Allí nos refrescamos, paseamos, comimos sandwiches y bebimos café en uno de los únicos cafés de estilo occidental del lugar. Después tuvimos una series de clases prácticas de Feng Shui y cosmovisión china, aprovechando la profusión de símbolos y talismanes que adornaban las puertas de entrada.

Sylvia Galleguillos, ayudada por un transeúnte chino que aportó espontáneamente lo suyo, enseñó acerca del símbolo de la doble felicidad que estaba pegado en ambas batientes de innumerables puertas de entrada. Su sentido: impedir que el «corte» de las batientes «corte» la felicidad cada vez que se abre la puerta, unir y mantener unidas las parejas y matrimonios. Y enseñó, inversamente, que unas tijeras posicionadas sobre ciertas puertas de entrada, estaban allí para «cortar» sentidos nefastos que quisieran entrar a albergarse en los hogares.

Yo enseñé acerca del diagrama sagrado Xian Tian, que colgaba también sobre muchas puertas de entrada, con sus típicos espejitos Ba Gua en el centro. Un diagrama que es una apretada síntesis de la concepción clásica china del equilibrio, que lo imagina no como dos pesos iguales precariamente manteniendo estable el fiel de una balanza o como dos fuerzas iguales manteniéndose una a la otra a raya – imaginación mecánica que es preponderante en occidente – sino como una homeostasis comunicacional de sentidos divergentes que se van retroalimentando mutuamente para conservar invariable el sentido global de su cuento, de su «narrativa». Por ejemplo esos Xian Tian en las puertas de Xingping estaba allí con sus espejitos planos para equilibrar, con un sentido de frescura que ellos llaman Yin a un sentido candente llamado Yang que la actividad humana genera en exceso diariamente y cuyo exceso siempre amenaza con incendiar la paz del hogar.

Pero vamos al episodio de la naranja y la bandera, meta final de esta historia.

Acabando ya el día y disponiéndonos a volver río abajo a la ciudad y a nuestro hotel, me topo, al borde mismo de la aldea, con una joven adolescente vendiendo naranjas chinas. Y muy acomodadita al borde de su hilera en la base de la perfecta pirámide de naranjas, estaba la naranja que la niña exhibe en la foto del comienzo, exhibiendo muy zoronga su banderita chilena. Tan perfecta era la pirámide, que costó su poco desprenderla de su sitio. Hubimos de hacerlo a cuatro manos, la niña y yo. Mientras ella sujetaba las demás, yo saqué la naranja embanderada y puse otra anónima en su lugar. Interrogué después a la niña sobre el origen de la fruta aquella, pero no supo decirme. Se quedó perpleja, pues no había notado antes la banderita ni tampoco le había tocado antes ver naranjas así estampadas.

Pero ahí estaba la naranja con su banderita, significando, comunicando, interpelando al transeúnte viajero. Para mí, la clave la dió la leyenda estampada en la polera de la niña: «Sisters», «Hermanas», con esos corazones debajo. La naranja, para los chinos, es símbolo de encuentro, de unión, de fertilidad. En un cosmos donde todo está presente para comunicar, la naranja con su banderita hizo su propio acto de presencia, estuvo allí para comunicar a nuestro grupo de chilenos y a mí (pues fue a mí a quien se le presentó), que nuestro viaje, y mi propio proyecto personal de dar a conocer entre nosotros a la China más profunda y auténtica, con su pensamiento y su cosmovisión, va bien encaminado, será fértil y productivo de encuentros.

El idioma chino no tiene una palabra especial para «coincidencia», en el sentido de simultaneidad fortuita que le damos nosotros. El término 巧 qiao no significa coincidencia a secas, sino al mismo tiempo «oportunamente», «sucede que», «diestramente», «en el momento justo». Dentro de una cosmovisión donde todo está interconectado, nada ocurre fortuitamente. Sucedió que esa naranja con su bandera, y su vendedora vestida con su polera, estuvieron allí en el momento justo, oportunamente, para comunicarnos a nosotros un sentido de encuentro, hermandad y empatía intercultural. Y nostros, sin duda, destuvimos oportunamente allí para ellas.