Zorros, puercoespines y gallos de ficción – 2

Por favor lea la primera parte antes de leer ésta: Zorros, puercoespines y gallos de ficción – 1. Si no, va a quedar un poquillo colgada(o).

…La del zorro era tan obvia, pero la misteriosa identidad del puercoespín (ya, pongámonos doctos, qué tanto: «en la tradición europea») fue algo que me costó más desentrañar…

Partí recordando el cuento de los Grimm, La liebre y el puercoespín. Pero ese, aparte de torearme con la fantasía de que de haber yo sido puercoespín ya habría pillado y dejado atrás a mi liebre qué rato, resultó una veta estéril. Para urdir pillerías con el zorro bastaba. Por ese lado la diferencia entre zorro y puercoespín se me despejaba más rápido que la «x» de cualquier rasca ecuación. No. Tenía que haber entre ambos una diferencia más sabrosa, si no Berlin no se habría encendido con ella…

Entonces recurrí a una prueba de fuego que me enseñó mi maestro Derrida: si el texto es bueno, no ha de haber quedado nada afuera de él. Estará todo ahí, cosa de buscarlo nomás. Pero buscarlo de unas  maneras bien especiales, como jugando a las escondidas. Preguntándose, por ejemplo, de cada palabra que esté ahí presente: ¿qué esconderá detrás suyo? ¿su presencia, se la habrá ganado a costa de mantener a qué otras palabras ausentes? ¿a qué otras colegas estará dándoles de codazos, empujándolas para abajo del podio, quitándoles o postergándoles su protagonismo?

(A Derrida nunca lo vi en persona pero igual estoy de luto por él… alguien más que se me fue antes de tiempo y volví a quedarme huacho… ¿como por quinta vez será…? huacho otra vez, a estas alturas ya más huacho que todos los huachos de Sonia)

Le aplico esa prueba al texto de Gallagher. Empiezo a jugar con él a las escondidas… la primera  pregunta que se me ocurre es: ¿qué esconderán esos dos «tipos de ficción»…? ¿qué otros «gallos de ficción» se habrán quedado debajo de la peana tan gallardamente ocupada por ellos…? (En verdad ya no me hago tales preguntas así tan deliberadamente. De tanto aplicar esa prueba desde que la aprendí, se me ha ido volviendo algo así como una pequeña destreza automática, una gambeta…)

¡Zas!, no alcanzo ni a bajarme del título de Gallagher siquiera, y ya se me ha aparecido su fata morgana (gracias Andrea, palabra bella, bella… ni me imaginaba los tesoros que escondía…)

Instantáneamente, la nueva imagen del gallo me trae al recuerdo otro cuento de los Grimm: Juan erizo (o puercoespín). (Nuevamente la prueba de Derrida: ese texto es bien sabido lo bueno que es, entonces claramente nada puede haberse quedado afuera de él). Ahí se me suelta la guata de excitación. Agarro al vuelo mi vieja edición de los Grimm y parto raudo con ella al excusado.

(Mi edición de los Grimm la tendré desde los 8 años o algo así, a punta de re-empastados la pobre. El último lleva una dedicatoria de mi padre, Virgilio, a mi hijo menor, Danilo, fechada en 1987, cuando el Dani tenía un año… Un poco atarantado mi padre. Al llegar su nieto a la edad de poder leerla otras inquietudes ocupaban su vida y no la pescó. Así que sigue conmigo)

Me releo el cuento de una sentada, lo termino antes incluso de que mis tripas hayan hecho todo lo suyo. Y claro, allí está – cómo no – redondito, muy zorongo y tan magnífico como tenuemente lo recordaba, el real puercoespín de Berlin y Gallagher. Feliz cuidando sus bestias en medio del bosque mientras toca su gaita arriba del árbol, montado en su gallo que, amén de verse maás gallardo con su cresta y espolones, también calza orgulloso sendas herraduras (su jinete es bien viajero). Ese puercoespín sí que merece ser invitado a la fiesta de Proust.

Una cosa es merecer y otra es estar allí, claro está… ¿qué cosa, qué bendita cosa será la que en el mate me está juntando, implausible pero irresistiblemente, a Juan Erizo con El camino de Swann?

Ese es el pequeño enigma que espero desentrañar al recibir por fin mis cajas llegadas desde Londres a Valparaíso, en un ratito más. Pues ahí vienen, tienen que venir, mis Prousts (menos el volumen 2: A la sombra de las muchachas en flor, que hace unos años se me perdió y juzgué que ya no importaba, pues esas floraciones hacía tiempo ya que no daban sombras para mi…)

(Vuelva por favor, en unos días más. Le queda una tercera parte a este folletín, donde se resolverá, pero de maneras bien inesperadas, la pequeña incógnita que tanto me acicatea, de cómo es que se me juntan en el mate Proust y el puercoespín…)