Tom y el lirio cortado

Van Gogh, Lirios

Me sumo a la cola en el Big John. Hay conmoción en el ambiente. Se habla de un asalto que acaba de ocurrir allí hace unos minutos. Un muchacho encañonó al dependiente y se llevó $83.000… pero parece ser que lo pillaron frente a la farmacia y “ahí está en el suelo, con una patota dándole…”

“Hasta que llegue algún progresista a defender los derechos humanos del delincuente” – dice delante mío una mujer joven (bueno, harto más joven que yo), bien vestida y de acento vitacureño. Anticipo que va a comprar cigarrillos pues no lleva mercadería en las manos.

Pienso en Tom Paine. Y en cómo sería asustar a esa señora con el lirio cortado de Pablo Neruda (Walking Around). Ella llega a la caja, paga sus dos cajetillas y se va.

Ya estoy pagando cuando entra el dependiente recién asaltado, de cachetes enrojecidos. “¡No es él!” anuncia.

“¿Cómo?” – le pregunta su colega.
“No es él. El cabro que tienen en el suelo no fué el que me asaltó…”
“¿No es él? Y quién es…?” – ahora pregunto yo.
“No sé, será un amigo, un cómplice de él…”

Recibo mi vuelto y salgo. La helada me pellizca los pómulos. Camino tratando de no mirar hacia la farmacia, donde se sigue juntando gente. A los pocos pasos una sirena me tuerce hacia atrás el pescuezo. Es una radiopatrulla. De ella se baja un policía desenfundando su arma. Corre hacia el Big John, dejando a sus espaldas el tumulto delante de la farmacia.

Sigo mi camino. Voy todavía pensando en Tom Paine. En su monumento en New Rochelle, New York. En la frase: “sin la pluma de Paine, Washington habría blandido su espada en vano” (su autor no lo recuerdo, algún amigo suyo será…). Mi aliento va dejando un vaho en la noche; me pregunto si acaso se parecerá al humito del cigarrillo que ya ha de estar disfrutando la señora.

Llego a casa. Cuando puedo me arranco a buscar en mis estanterías mi vieja copia de The Rights of Man. Pero busco en vano (en ese desorden…).

Washington cruzando el Delaware