Zorros, puercoespines y gallos de ficción – 1

Sábado 14 de agosto, 9 AM. Voy saliendo a Valparaíso, a buscar unas cajas que me han llegado desde Royal Holloway University of London (mi universidad). Vienen libros, videos, papeles y diversos cachivaches que poblaban mi oficina, el detritus de 20 años de docencia.

(Me he medio jubilado con anticipación, para poder pasar más tiempo en Chile, y viajar más a mis anchas por aquí y por allá. Dejé la docencia pero conservé mi rol de investigador. Sugerencia de ellos, no porque me crean el descueve, sino porque seguiré investigando igual, y podré así seguir ayudando a sumarle asteriscos a nuestro estrellato en investigación teatral en el Reino Unido. Al momento  hemos llegado a 5 estrellas con 1 asterisco. Eso está bien, muy bien. Pero si los asteriscos llegaran a 2 haríamos cumbre, alcanzaríamos the top of the top. De allí la importancia para ellos del arreglo. 

Y yo también feliz. Podré seguir poniendo «Royal Holloway U. of London» en mi tarjeta de visita. Por si alguien se interesara más en mi tarjeta que en mi mirada. Los chinos entregan la suya con las dos manos, ceremoniosamente, llevada a la altura de la cara y vuelta hacia uno, para que su tarjeta y su mirada se amalgamen. Hace unos días, estando en Cerro Navia, me presentaron al agregado cultural de la República Popular China, señor Li. Me extendió su tarjeta exactamente así. Mientras yo acababa de pasarle la mía ¡bien a la chilena, caramba! Con una sola mano y como simulando ir a lanzarle un frisbee. Lamentable faux pas en alguien que dicta talleres de etiqueta y protocolo chinos. Es que me hace mal Chile. Como todo lo bueno, supongo).

También voy al puerto a desentrañar una pequeña incógnita. Acabo de leer en El Mercurio una columna de David Gallagher, Tipos de ficción, que me ha dejado pensando, pensando – con esa mezcla de deleite y desazón de haber seguido una reflexión seductora pero incompleta. Como una nave mal atada a su molo de arribo, zarandeada por  oleajes de cuántos mares aún le queden por navegar.

He disfrutado viendo a Gallagher resistir el esquema bifurcado de Berlin: sus famosos «zorros y puercoespines». Está en la razón. La literatura que nos menciona sin duda se zafa de aquél molde duplex con más soltura que un murciélago de una telaraña (pobre araña). Pero cuando ha traído a Proust como ejemplo de un ensamble entre síntesis y detalle, la seducción se me ha vuelto desasosiego. Algo ya no me calza.

(Imaginemos a dos niños un poco menores que el narrador de El camino de Swann – volumen 1 de Proust: En busca del tiempo perdido – en un día de playa en Balbec, lugar donde aquél narrador iba de vacaciones con su abuela…

«Balbec es la osatura geológica más vieja de nuestro suelo; es, verdaderamente, Ar-Mor, el mar, el Finisterre, la región maldita que ese brujo de Anatole France, que nuestro joven amigo debe de leer, ha descrito tan bien, oculta en sus brumas eternas, como el verdadero país de los Cimerios, de la Odisea.(Proust, Camino de Swann, 115).»

…Están los dos niños allí jugando con dos moldes de castillos de arena, disputándose cuál molde produce el castillo mejor. Llega el padre del narrador (la abuela nunca habría respondido tan pedagógicamente. Ella siempre atornillaba al revés) y adjudica que el mejor es la suma de ambos. En lugar de encajarlos en su propio modelo palaciego, podría haberles salido, qué sé yo, con algo así como lo que pasa diciendo Vyasa, a propósito de las arenas del Ganges, en el Mahabharata:

«Hijos, miren a su alrededor. ¿Cuál de sus dos moldes podrá contener mejor a todos los castillos que se podrían construir con esta inmensidad de arena?»

Porque tras haber refregado yo mis pies en las arenas de ese Balbec, recuerdo haber sentido que habrían podido holgadamente contener todas las formas de castillos hechos por todos los niños que habrán jugado en todas las playas de Francia).

Del mismo modo, hay más en Berlin. En su zorro yace toda una honda veta de la imaginación europea – y de oro de ley. Pensemos tan sólo en el Roman de renard (mire ésto, no deje de mirarlo), exquisita tradición juglaresca no únicamente francesa sino primariamente latina y después también alemana, italiana, holandesa, inglesa, europea del este, etc. Una tradición púber, grotesca e idiota de una idiotez esgrimida como pendón de combate. Berlin ha de conocer todo aquello como a su propio sombrero – no necesita  recalcarlo siquiera. Pero de pasar aquello desapercibido por el lector, su rica metáfora se vuelve hollejo sin pulpa.

(No se vaya todavía… O váyase, pero en esta dirección, dónde se revela la misteriosa identidad del puercoespín y otras cosillas que tal vez le puedan divertir…)