Estar o no estar

Héme aquí, merodeando ya casi los sesenta (en Chile recién cumplí 58, mas si contamos a la usanza china ya tengo 59 – y eso es vertiginoso) y arrastrando todavía mi juvenil prejuicio contra el verbo ‘ser’.

Voy a explicar este prejuicio con un ejemplo tomado del chico Pedro.

autor: Renato Andrade, Nato
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Preámbulo: el chico Pedro es Shakespeare. Hasta hoy lo sigo llamando afectuosamente así en mis clases en español. Hace muchos años atrás se ganó ese apodo entre unos soldados de la Fuerza Aérea que se hallaban detenidos y a quienes la vida me llevó a enseñarles literatura, teatro, historia, ajedrez, cosas así. O tal vez me enseñaron ellos a mí, a aquél cuerpo extraño que había ido a varar allí. E ido a varar de veras: si a Shakespeare lo apodaron ‘chico Pedro’ por aquello que me oían pronunciar, yo me gané entre ellos el apodo de ‘Toribio el náufrago’ por mi facha. La que aún mantengo, sólo que lo negro se está volviendo blanco (menos los pantalones) y la guata se está volviendo convexa cuando era cóncava.

Cuento una anécdota ocurrida allí de las muchas que me hacen dudar del verdadero sentido en que en mis clases suele viajar el ‘aprendizaje’:

«Con todo respeto don ‘Nelsito’…

Me llamó así el hablante porque ‘Enzo’ no lo podía pronunciar. Y eso provocó que al llegar yo meses después a Londres, y ver el imponente monumento a Nelson en la plaza Trafalgar, y acto seguido el esmirriado homenaje a Shakespeare perdido en la arboleda de la vecina Leicester Square, pudiera haberle musitado: «¡Ahora entiendo por qué te decían ‘chico Pedro’!». Pero no lo hice, porque en mí el ingenio vive llegando tarde a sus asuntos. Para ser ecuánime, tarda, y mucho, pero a veces llega. Por ejemplo, hace un rato atrás se me acaba de ocurrir que también podría haberle dicho al vate: «Si te sirve de consuelo, a mí me dicen ‘chico Nelson’.» Bueno, tal vez no sea tan ingenioso. Mejor sigamos…

Danilo Cozzi con flor que vuela

«…con todo respeto» – siguió mi interlocutor – «las mariposas no son insectos propiamentemente tales por cuales…»

(juro que así habló, con “mente” repetido y todo)

«…sino que son florcitas que vuelan».

Quién así me habló fue un sargento petiso, obcecado como él solo y semi analfabeto, mientras blandía delante mío, como demoledora prueba de lo que decía, un capullo recién arrancado de una rama de álamo.

Oportunidad: durante mi clase de biología. Tema: la metamorfosis, pedido por los conscriptos…. (Nunca me había bien en biología. Los cuatritos coma cinco me caían en el libro de notas tintineando como chauchas en un chanchito.)

Mientras los conscriptos alrededor celebraban feroz y burlonamente la demostración del sargento, yo me limité a sonreír y seguir con la clase. Quién calla concede, por lo que el sargento, como si las risas de sus otrora subordinados no hubieran sido más que hurras, dió por probada su versión.

Yo ya he llegado a conceder que harta razón tenía. Otra laya, con más sentido, de razón. Con el correr del tiempo he debido seguir haciendo concesiones parecidas con respecto a muchas otras experiencias ‘docentes’ vividas por aquí y por allá…

Pero vamos al ejemplo tomado del Chico Pedro:

Cuando Hamlet declama su famoso «To be or not to be, that is the question…» y esa frase se traduce a nuestro idioma como: «Ser o no ser, esa es la cuestión…», se ha eliminado allí de una plumada la mitad de los sentidos que el verso puede suscitar. Porque en inglés «to be» no solamente significa «ser» sino también, y por partes iguales, «estar».

Y cuando ese estar ya no está, el ser no puede ser.

Ahí está la cuestión…

Oír: Cindy Quah, To be or not to be