Cómo estoy

No sé si todavía existirá entre los escolares de hoy, pero la pregunta «¿Cómo estoy?» era la manera más común de autoestimarnos cuando mi generación era todavía colegial. Una manera traviesa, jovial, de creerse el propio cuento, apoyada en alegres gestos de desplante que involucraban al cuerpo entero. Mientras que las voces “¡Cómo erís!” o «¡Cómo soi!» estaban reservadas para reprocharnos mutuamente vilezas o mezquindades. Desde entonces, creo, es que prefiero describir mi vida y lo que hago mediante el verbo estar en lugar del verbo ser.

(Un tiempo después de dejar el colegio vería respaldada esta preferencia nada menos que por nuestra filosofía autóctona latinoamericana… Ya me meteré por ahí).

Ese joven prejuicio contra el verbo ser me dió tempranos desencuentros con mi padre. Aún lo recuerdo increpándole a éste su primogénito, desde arriba de las escaleras del hogar, su ‘falta de ambición’. «¡Nunca he conocido a nadie tan carente de ella…!» – fue el tenor de sus palabras, y el de las mías (pensadas pero nunca dichas) fue: «Es curioso que piense ésto de alguien que está tan lleno de ambición».

La razón no estaba de su parte ni de la mía. El apelaba al término «ambición» para lamentar la ausencia en su hijo de aspiraciones a llegar a ser «alguien». Sin embargo su hijo por entonces ya estaba en otra… Ambicionando otras cosas, vagas y difusas, pero a su manera no menos ambiciosas…

Llegar a entender a Rilke y a Holderlin. Forzarle las puertas a la «verdad absoluta» (no invento, si hasta formamos una tertulia con otros condiscípulos y visitamos a gurúes de esa época buscando pistas para alcanzar a esa liebre tan escurridiza). Comprender lo que hace inhumano al ser humano, con Fromm y Marcuse. Descubrir, con Russell y Koestler, la clase de todas las clases, la ecuación final.

Y hasta el día de hoy (con mi padre ya largamente evacuado de su escalera) he seguido ambicionando esas peculiares ambiciones. Bien en vano, hay que decirlo.

Eso sí que a los 21 años casi, casi, las pillo. Fui a dar a un lugar donde se me presentó la bendita explicación que todo lo explicaba. Dí de bruces con ella como esos pájaros que a diario se dan tutes contra las fachadas de vidrio de Sanhattan en Vitacura – pues aquellas les prolongan arteramente el cielo, hasta con nubes y otros pájaros (¡ellos mismos y las nubes detrás suyo!) para hacer más realista la ilusión. No terminé como esas pobres aves, despaturradas en el pavimento. Pero igual salí bien remecidito de aquél lugar, y con la fórmula aquella desvanecida como un sueño o una fugaz epifanía.

Pero el haberla vislumbrado me hizo confiar en que habrá también otros lugares donde hallarla. Universos intangibles del pensamiento o mundos tan reales que podrías rascarte el lomo y aplastar tus piojos contra ellos.

Eso, y otras cosas que me sucedieron en ese mismo lugar, me dieron el pistoletazo inicial de una carrera que ha resultado ser de varios miles de kilómeteros más que los 100 metros planos, que corría bastante rápido de escolar.

Así es como he andado por el altiplano sudamericano y estado con sus dioses y sus ofrendas, en sus fiestas y en sus oráculos. He estado en el desierto chileno, hipnotizado con sus bailes a la virgen y sus cirios quemándome las manos. En el Brasil, no tanto de la samba y la bossanova (aunque no he dejado de pasearme «vitrineando» desde Copacaban hasta Leblón) como de la umbanda y el candomblé, donde me he visto en cada trance… y todo por ir a estar con sus brujos adivinos y a meterme a sus terreiros.

Llegué a la «Rubia Albión», Inglaterra. Acogedorazo país donde he estado ya más de treinta años. Haciendo teatro, viajando, acopiando unos cuantos títulos académicos y finalmente enseñando. Dramas, cosmovisiones, pensamientos, ritos, teorías, máscaras y cosas por el estilo. Y aprendiendo también. Atando cabos, husmeando…

Llegué también a Escocia y Holanda (mejor no cuento esas paradas). A Irlanda, donde quizá anduve cerca otra vez de cazar a mi liebre, embrujado por una Siobhán que me ató a su lecho insular en county Clare como una Circe cualquiera, alimentándome tan sólo de ella, de su música y las letras y artes de su país, fastidiándome con duendes, hadas, gnomos, viejitos curcunchos ofreciendo cambiarte todo lo que tienes por botellitas azules, y todo tipo de leyendas sobre St. Patrick, hasta cada amanecer. Qué manera de quitarme el sueño mi Siobhán. Todo para que me quedara a estar largo con ella. Pero partí.

Estuve fugazmente en México, hospedado por Andrés (no sé si te parecerá que ponga tu nombre completo), mi mejor amigo de la adolescencia. México es un «lugar al cual la muerte se le parece bastante» según el inolvidable actor británico Ralph Richardson (viejo lindo, lleno de picardía), a quién una vez su amigo, ese otro inolvidable de Laurence Olivier (mira su Hamlet aquí), le quemara el trasero con un volador de luces lanzándolo sin querer, como ese misil boliviano de hace algunos días, a perseguir a Richardson por todo el patio y primer piso de su casa.

También he llegado al Africa de ritos de paso en chocitas de paja, y cabalgatas a mata caballo flameando túnicas rojas por las praderas. Allí mi hijo Danilo por milagro nomás no sucumbió a la malaria en Kisumo, junto al lago Victoria. Y hemos estado con él y su madre en el Estambul de mezquitas de millones de azulejos azules (perdón por la redundancia, es que de ese azul de las mezquitas le viene su nombre a todos los azulejos del mundo). La experiencia de estar metido, a pata pelada, dentro de ese azul como no hay otro igual afuera del mundo islámico, no se la puede contar… Hay que ir, estar allá, por fugazmente que sea…

(Koestler, en su The Act of Creation (una lectura de nuestras adolescentes tertulias) decía que varias inspiraciones decisivas para la ciencia habían venido en momentos fugaces – como una de Poincaré que le vino al poner el pie en el primer peldaño de un tranvía. Es decir, tuvo que salir de casa para ir hacia otro lugar. Aunque el otro lugar no fuera más que, qué sé yo, una tabaquería.)

Y ahora, ya encaneciendo, he ido a recalar en la China, todavía a la zaga de aquella liebre con su mortero de la inmortalidad en una mano y su bouquet de florcitas volantes en la otra. China, el país de los volantines, de los pendones y los voladores de luces.

(La enciclopedia esa de Borges que me cita Andrea Brandes en un comentario por ahí, existió de veras).

Ahora que lo pienso, China está llena de tabaquerías. Nunca he entrado, pues soy no fumador. ¿Y si mi liebre imposible se hubiera estado escondiendo en una cigarrería, sabiéndose allí segura, disfrutando plácidamente unos puchitos en vez de zanahorias?

En una de esas, en mi próximo viaje a China (en Octubre de este año, a cargo de un buen grupo de viajeros bastante entusiasmados) profano a este ser mío tan devoto del no fumar. Voy y me meto a una tabaquería, dispuesto a probarlo todo (si uno entra a una casa de té en China, tiene que degustar, y supongo que será parecido en las tabaquerías). Todo, con tal de estar allí un buen rato, por si llegara a saltar ya saben quién…

¿Cómo estaría eso, ah?

(Mientras no me pase lo mismo que a un campesino de 宋 Song en la época clásica, de quién cuenta Hanfei que un día le saltó una liebre que fué a azotarse y romperse la crisma contra un tronco. Merendó el labrador espléndida cena esa noche, pero al día siguiente, en lugar de volver a sus surcos, partió a apostarse junto al tronco a esperar que le saltara la próxima liebre. Meses después
aún seguía vigilando su tronco, y su plantación convertida en un peladero…)

¿Cómo estoy?

3 comentarios sobre “Cómo estoy”

  1. Entenderá la gente me pregunto yo, esto de las como liebres que tiramos para adelante y tras ellas salimos cual galgos a la caza, siendo estas liebres los temas que nos ponemos y en animada conversación vamos y saltamos, damos brincos y viramos, siguiendo su devaneos, hasta .. no vaya a ser que se nos cruce otra liebre como cuando una Andrea Brandes nos sorprende con un poema de comentario, que nos deja mirandonos como impávidos y zas, salimos tras esa nueva liebre.

  2. Te pasaste Gabriel. Gráfica y alegre demostración de tu manera de evaluar posteos, conversaciones, afirmaciones, juicios, etc. Me sigues inspirando, y de qué manera… Tu imagen final me trajo inmediatamente algo a la memoria. Y ese algo – igual que un comentario de Andrea Brandes a otro de mis posteos – "¡saz!" – , hizo dar otra voltereta a este posteo… Mira mi nuevo último párrafo.

  3. queridos, aquí la liebre Noche Vicente Huidobro"Sobre la nieve se oye resbalar la nocheLa canción caía de los árbolesY tras la niebla daban vocesDe una mirada encendí mi cigarroCada vez que abro los labiosInundo de nubes el vacíoEn el puertoLos mástiles están llenos de nidosY el vientogime entre las alas de los pájarosLAS OLAS MECEN EL NAVÍO MUERTOYo en la orilla silbandoMiro la estrella que humea entre mis dedos"Tal vez tu cigarrillo chino sea el de este poema majestuoso que revela algo del trapecio entre el estar y ser:no estamos para ser velero en el puerto, al que de puro detenido le anidan los pájaros en la cabeza,ni para ser navío muerto al que mecen las olas.Estamos para ser el que enciende el cigarrillo de una mirada, para inundar de nubes el vacío cada vez que abrimos los labios, y para mirar arder la estrella entre los dedos.El velero puesto en marcha, rumbo a la China esta vez, a una tabaquería de barrio, todos echando humo y tú -estando allá-enciendes la estrella.

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