Volver a Hastinapura, donde todos recobraremos algo de dioses – releyendo el Mahabharata más tarde en la vida

Mahabharata: sermón de Krisna a Arjuna antes de la guerra
Mahabharata: sermón del dios Krisna a Arjuna antes de la guerra

Crepúsculo de primavera en Shanghai, año 2013. Estamos cenando con Sylvia, mi esposa, y nuestro hijo Danilo, quien vive en Shanghai, en el barrio Concesión Francesa, nombre que es testimonio del «Siglo de humillación», durante el cual las potencias europeas forzaron militarmente a la China a «concederles» su patrimonio y sus riquezas, mientras ella – hasta entonces y desde tiempos inmemoriales el pais más rico del mundo – se sumía en el opio y la miseria.

La cena es italiana. Algunas noches antes habíamos cenado hindú. Eso lleva la conversación hacia lo que los tres debemos a distintas culturas: la italiana (mis ancestros), la francesa, la hindú, la de los indígenas norteamericanos, la china, la inglesa (obviamente, pues vivimos allí tantos años y Danilo es inglés de nacimiento) y otras que han venido a tocar nuestras vidas con variados ímpetus en distintos momentos.

A propósito del barrio, yo doy el ejemplo del puñado de pensadores franceses que merodean hace años por mi mundo mental: Rousseau, Lévi-Strauss, Bataille, Derrida y otros más. Por su parte Sylvia hace reminiscencias de su intensa pasión de otra época – pero que aún le chisporrotea en el brasero interior – por la cultura hindú, país que ha recorrido de norte a sur, templo tras templo, más de una vez.

Mientras la escucha, Danilo súbitamente exclama:

«¡Ah, cómo me gustaría releer el Mahabharata

El Mahabharata es el clásico hindú que yo le leí cuando era niño pequeño antes de irse a dormir, a lo largo de un año o algo así, lectura que tuvo tal impacto en mi que usé el Mahabharata durante décadas como fuente de inspiración para talleres y clases de Rito Terapia y Rito Educación. Mientras recordamos distintos episodios de la epopeya, cruzándolos con otras lecturas de almohada que hiciéramos a través de su infancia – tales como los mitos de los indios norteamericanos de las praderas – a Danilo se le van humedeciendo los ojos, y nos dice que está a punto de ponerse a llorar.

En los ojos de mi hijo contemplo entonces, inesperadamente, el impacto que esas narraciones tuvieron en él, quizá más certero que aquél que tuvieron en mí. ¡Veinte y tantos años después, y la emoción le vuelve a aflorar como en la primera noche! Con parecida intensidad a la de aquellas noches en que su corazón apenas en formación ya se trababa con los dilemas éticos de los personajes del mito, y se rebelaba llorando contra la muerte de algún héroe, que otro héroe pudo haber evitado, mas optó por no hacerlo: «¿Por qué? ¿Por qué no lo ayudó?» Pregunta que yo no atinaba a responder…

Con la conversación todavía fresca en la memoria, ya lejos de Shanghai y de paso por Londres, entro en una librería y le compro a Danilo el Mahabharata, con la intención de mandárselo a China. Pero en el avión de vuelta a Chile comienzo a hojearlo, y el hojeado se convierte en relectura. Un mes después, aún no se lo he mandado y voy ya por la mitad del libro (que es enorme): en el episodio de la muerte de Bhishma, el héroe del Mahabharata cuyas peripecias más han figurado en mis clases y talleres de Rito Terapia y Rito Educación, por la riqueza y densidad de los dilemas existenciales que proponen al corazón del lector.

Mahabharata: Bhishma en su lecho de flechas
Mahabharata: Bhishma en su lecho de flechas

En ese momento, con Bhishma yaciendo en su lecho de flechas y otro héroe, Arjuna, haciendo manar una fuente de la tierra de un mágico flechazo, para calmarle al agónico guerrero la sed inducida por el desangramiento, hago un alto en la lectura. Acudo a la introspección para cobrar conciencia de la diferencia entre el impacto que tiene hoy sobre mí esta lectura y aquél que tuviera hace veintitantos años atrás.

Y esa diferencia la puedo resumir así:

En mi lectura pasada lo que más me conmovía, me maravillaba, y me dejaba largamente pensando, era la dimensión puramente humana del relato. Y de aquella, sobre todo su expresión ética y existencial. Si bien el Mahabharata es un intrincado mosaico de enredos entre dioses, demonios, animales y seres humanos, mi filtro mental depuraba ese mosaico hasta obtener una especie de limpia acuarela. Acuarela sutil, refinada, desde luego, con sus gradaciones y claroscuros; pero más plana, al fin y al cabo, que el mosaico original. De ella había limpiado no solamente todo lo sobrehumano y sobrenatural, sino también todo aquello que rebasara lo ético y existencial. Hasta de las vicisitudes del dios más complejo – de Indra o de Krisna, pongamos por caso – extraia exclusivamente aquellos materiales instigadores de acertijos del tipo: «¿Cómo vivir, cómo conducirse, cómo actuar?»

Estaba, supongo, en la época de mi vida en que mi pensamiento – mi manera de inquirir y preguntar – estaba centrado en los problemas de la acción. En sus orígenes, sus variables y complicaciones, y sus resultados. Y mi lectura del Mahabharata, como las de Shakespeare o de Ibsen o Rulfo, o de quienquiera que fuese que estuviera por entonces leyendo, venía a nutrir preferentemente esa reflexión, por sobre otras posibles.

En esta lectura actual, por su parte, noto que ni estoy depurando la dimensión sobrehumana, ni son exclusivamente las provocaciones éticas y existenciales lo que me maravilla y deja pensando. Aquella lectura de antes sigue intacta, no es que haya renegado de ella, pues hay pocas cosas olvidables en el Mahabharata. Mas cuando ahora vuelvo a contemplar a ese Bhishma inolvidable esperando su «propia muerte» (frase de Rilke), no se presentan a mi conciencia tan sólo los tremendos dilemas morales que ha debido como ser humano en su vida enfrentar, con sus magníficas maneras de resolverlos. Se me presenta también Bhishma como el dios que también fuera, el semidiós que también es, y el dios que volverá a ser, mientras se halla postrado allí tras haber vivido miles de vicisitudes e interactuado con multitud de otros dioses, demonios y humanos toda una vida.

Arjuna, a su lado, también se me presenta ahora, normalmente y sin necesidad de depuración ninguna, como otro que es mitad ser humano y mitad dios. Rodeados ambos de un vasto cenáculo de otros dioses, semidioses, demonios, semidemonios, animales y seres humanos. Y todos ellos conjuran un universo mental donde dioses y hombres y otras presencias interactúan de manera cotidiana y en total libertad. Si mi ruta de antes por este relato se dió casi exclusivamente por cauces éticos y existenciales, la de ahora rompe la monotonía y añade otro cauce. O me retorna a otro más esencial: una lectura epistemológica. La introspección hace presente a mi conciencia que todo ese ensamblaje de personajes está también ahí para ayudarme a flexibilizar – para fracturar o remover del todo – los límites y rigideces dentro de los cuales se mueve mi acto mismo de pensar.

Será porque estoy en esta otra etapa de la vida, donde mi pensamiento – las interrogantes que me motivan – está más centrado en los propios acertijos del pensamiento: «¿Cómo pensar? ¿Cómo y qué podemos saber? ¿Cómo es lícito y cómo es ilícito pensar? ¿Dónde están las fronteras de lo admisible como real para el pensamiento?»

Imaginemos lo admisible como real para el pensamiento como un país… nuestro país mental. ¿Es chiquitito, como una Andorra o un Luxemburgo, o es vasto y está llena su cartografía de regiones fantásticas y misteriosas, como un México o un Brasil?

El país mental a dónde nos traslada el Mahabharata es tan vasto y multifacético como todos los universos mentales que conviven – o han convivido históricamente – en un México o en un Brasil. Y Hastinapura es su capital. Allá es adonde ahora quisiera volver, si es que alguna vez he salido, a ultramar de mis maestros de pensamiento europeos. Y conminado a volver allá por mi propio hijo menor, desde otro horizonte mental inconmensurable: la China. Volver a Hastinapura, o despertar en ella un día de estos, si acaso hubiera vivido siempre en ella, pero como sonámbulo, narcotizado por una epistemología que no tolera la existencia de más dimensiones que la humana.

3 comentarios sobre “Volver a Hastinapura, donde todos recobraremos algo de dioses – releyendo el Mahabharata más tarde en la vida”

  1. Enzo, aquí estamos, a la espera de los puentes y los cruces que resucites y construyas entre héroes y flechas. Que va a pasar contigo en compañía de dioses y demonios? Bajo qué influjo caerán tus pensamientos? Lo convergente y lo divergente al mismo tiempo, será por ahí el nuevo pensamiento? Más allá de sumergirnos en el mito anterior, irás gestando los mitos del futuro?

  2. Hola Enzo! Cómo estás? Que bueno verte renovado aunque siguiendo el camino que has iniciado hace tanto tiempo a través de la sabiduría oriental. Te mando un gran abrazo, cariños para Sylvia.

    Bendiciones

    1. Lucas, qué bonito saber de tí, y estuve mirando tu blog: maravilloso, te felicito. Por ahí te ayudo a viralizarlo poniéndolo entre las cosas que me gustan y recomiendo. Un fuerte abrazo y cariños de Sylvia.
      Enzo

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