Los viajes, los galgos y las liebres

¿Qué tanto tienen en común esos tres: los viajes, los galgos y las liebres, como para ganarse un título compartido en este blog?

Todo parte cuando Gabriel Bunster, mi ‘Merlin de marca personal’ – el mismo que mi querido amigo Carlos Fernández ha detectado «working his magic» conmigo por aquí – me pide un posteo acerca de los viajes. ¿Por qué mis viajes temáticos a China, de dónde vienen y a dónde van, qué persigo con ellos?

¿Qué persigo…? He debido pensar un poco la respuesta, para no salir con lo obvio: como que persigo mostrar una cultura que me apasiona, gozar de mi libertad para hacer aquello que disfruto, aprovechar mis conocimientos del país y lo «sexy» que se está volviendo China en occidente para ganarme unos dineritos – en un loop virtuoso – que me costeen más viajes hacia allá mismo, etc. Al final hallo la respuesta en una imagen que se subió sola a nuestra conversación ese día:

La liebre en la luna moliendo hierbas para el elixir de la inmortalidad
Espejo de bronce – dinastía Tang

Como esos galgos a cuyas carreras muchos ingleses y chilenos de pueblo chico son adictos (una cosa rara en la que nos parecemos), lo que persigo es una liebre fantasmagórica que no he de pillar nunca, pues la liebre en China es inmortal, mas no importa. Lo que importa es la persecución misma, que me lleva en andas, me saca vuelo y en ese vuelo me llevo yo a mi vez conmigo hacia parajes tenuemente sugeridos por la luna, a un público que ha apostado su propio ardiente sueño en esa carrera mítica tras la liebre, jugándose en ella su día de fiesta y su bolsillo.

En cierto modo justificar un proyecto de hacer viajes es vano, pues todo quiere viajar en esta vida. Perdón, me quedo corto: también en la muerte todo aspira a ello, ¡y vaya con qué nortes! En los festivos funerales del altiplano se despacha al muerto con autitos, micros y camiones de juguete en su zurrón (o en su maleta los más occidentalizados) y vestido con sus ropas al revés, para que no se vaya a confundir y creer que todavía vive. En el Tibet le van dictando al oído cada viraje que deberá hacer en cada bocacalle que lo espera. Y en China ese Qin Shi Huang del que ya bastante he hablado, se hizo enterrar con una carroza funeraria ‘full equipo’ y presta para largos viajes por la posteridad. Y aún sigue en eso, dos mil y tantos años después… cuando la tal carroza vino a Chile hace unos meses, cualquiera capaz de guardar silencio delante de ella – pero silencio de veras, lo que se llama silencio – tiene que haberse sentido observado desde adentro de las celosías del vehículo. (Yo no me sentí observado, lo confieso; es que hay demasiada bulla en mí. Pero, de pensarlo: ‘y si estuviera allí mirándonos’, sí que lo pensé).

Al lado de todo aquello los viajes de lo vivo son banales, predecibles: los de la abeja hacia sus néctares, del salmón hacia su cuna y del peregrino hasta su ermita; o de las hormigas en sus rectilíneas caravanas, del nómade por sus dunas, del pasto por sus rizomas y hasta el del Quijote y Sancho a meterse en cuánto lío…


En este punto se ha posado en el medio de mi pausa (¿de dónde vendrá este afán de lo impensado de irrumpir siempre en los descansos?) el comentario de Andrea Brandes, a quién yo no conocía ni conozco todavía.

Como planeador soltado ya por su avión remolque, desde aquí en adelante este posteo ha de seguir volando con colores propios. Aquello que con él había planeado expresar ya se me ha escapado – como esas liebres de sus galgos – sin remedio. En su lugar ¿qué ha quedado? Un sorpresivo sobrevuelo por territorios no buscados ni planeados, nuevos, guiado por una voz desconocida. Las palabras esas de Huidobro yo las conocía, pero no la manera de Andrea de leerlas (y agradezco el elogio así cursado, mas por desgracia para mí es emitido, perdona Andrea, con escuálida evidencia que lo avale). Con la de Borges sí que me desayuno.

La irrupción de Andrea en medio de mi pausa, me ha venido a sugerir una nítida vocación para mis viajes temáticos, vocación hasta ahora intuída, puede ser, pero nunca conscientemente articulada: la de llegar por lo buscado a lo no buscado, por lo conocido (los temas míos y de mis clientes) a lo desconocido u olvidado, incluyendo los propios pasados de los viejeros, sus propias tácitas historias. Porque, ¿qué son esas vueltas de los viajes de las que habla Andrea, sino felices o inquietantes reencuentros con nuestros pasados?

Ejemplifico (y he aquí lo sorprendente): ella abre su incursión en este viaje-relato (sus palabras) mío con un poeta evidentemente por ella bienamado, y la remata con navegantes. Bueno pues, todo eso me ha devuelto a la memoria un poema de Keats que había olvidado, qué sé yo, desde la adolescencia o poco más. ¡Puchas, cómo bienamé a Keats en esa época! Sólo recuerdo haberle sido infiel con su propio amigo, el formidable Shelley, y nadie más. Pero sólo para después dejarlos a los dos plantados, típicos amoríos de adolescencia, y mandarme a cambiar hacia otros lados con mis gustos en poesía. Y eso hasta hoy día…

Ese poema de Keats expresa, en lo que dura un soneto, casi todo lo que he estado queriendo balbucear en estas líneas. Trata de viajes, de Chapman (un poeta traductor eximio, y traducir puede ser otra forma de viajar), de Homero (tremendo viajero también, para no hablar de su creación, Odiseo, a quién el poeta tuvo que mandar a su propio hijo a buscarlo, si no no volvía más) y de Cortés contemplando enmudecido el Océano Pacífico.

A Cortés llega Keats cuando sólo le queda un terceto y poco más Sin embargo en  cuatro líneas nos transmite con holgura el efecto que tiene, al final de una larguísima carrera en pos de una cosa ansiada y conocida (de color dorado, insinúa Keats), dar de bruces con la enormidad de otra cosa ni buscada ni planeada. Algo hasta entonces inimaginable, ni por él ni por su gente (Keats deja claro eso), ni por la gente detrás de su gente, por generaciones.

El poema va aquí en su idioma original. «Sorry!», pero no voy a ser tan barsa (el chileno de mis hijos) de presumir que podría ser yo capaz de traducir bien un pentámetro siquiera:

On First Reading Chapman’s Homer

Much have I travell’d in the realms of gold,
And many goodly states and kingdoms seen;
Round many western islands have I been
Which bards in fealty to Apollo hold.
Oft of one wide expanse had I been told
That deep-brow’d Homer ruled as his demesne;
Yet did I never breathe its pure serene
Till I heard Chapman speak out loud and bold:
Then felt I like some watcher of the skies
When a new planet swims into his ken;
Or like stout Cortez when with eagle eyes
He star’d at the Pacific—and all his men
Look’d at each other with a wild sur
mise—
Silent, upon a peak in Darien.

Aunque, por comparación con lo que presenció Cortés, lo no buscado que mis viajeros hallen en China resulte ser (para guardar las proporciones) no más que una charquita incapaz de mojarles más arriba de las canillas, la posibilidad cierta que ese otro mundo – en mi experiencia – nos ofrece de mojarnos la mente con lo nuevo e impensado, de la mano de desconocidos, mientras vamos tras lo planeado y más que conocido, ese será desde ahora un motivo declarado de estos viajes.

Gracias a Gabriel Bunster por pedirme este posteo y a Andrea Brandes por desviarlo de su planeado itinerario. Termino con un regalo: un famoso cuadro chino que se restrega contra varios temas aquí tocados:

Khublai Khan en una expedición de caza – Liu Guandao, aprox. 1280

¿Cómo mirar este cuadro? Igual como miran sus personajes puede ser un buen punto de partida… Por ejemplo, y para empezar por dónde lo hace este posteo, pueden fijarse en el galgo y su mirada (díganme si no se agita allí algo, algo…); después en las miradas de los caballos y en la de de ese leopardo llevado en ancas por uno de la partida (¿qué estarán buscando o mirando esos?); después fíjense en esa ave en las alturas a cuya migración está otro cazador poniendo fin; después en Khublai Khan (mongol y nómade impenitente; fue emperador de China pero aún así sus nalgas siempre supieron más de monturas que de tronos o cojines) todo arrebujado en su manto blanco (el color de la muerte y del luto en China); finalmente fíjense en las profundas, «homéricas» pestañas (no es mi símil, lo usa Keats en su poema) de arena del desierto por las que navega con sus telas y su caravana de camellos ese vendedor viajero (como en otro cuento), pestañas que están mirandolá a la partida de caza (decirlo así en Argentino da mejor la idea) y a través de ella a nosotros los de afuera del cuadro, que creíamos ser los únicos dueños de la mirada…

El artista ¿no se habrá esforzado acaso por miniaturizar la escala de lo vivo y desperdigar hombres y bestias por aquí y por allá en la tela, sin intentar composición ninguna, quizá para mejor evocar cómo se siente hallarse buscando su banal presa en medio de una desconocida inmensidad que te envuelve (llamémosla muerte, Andrea, si queremos)? En fin, qué bouquet de miradas nos da a olfatear el cuadro éste… espero lo estimen un buen regalo.

(Haz click sobre la imagen y podrás casi meterte en ella; la puse de más de un Mega para ayudar a sentir esas sensaciones)

2 comentarios sobre “Los viajes, los galgos y las liebres”

  1. "irías a ser ciega que dios te dió esas manos?…"irías a ser muda, que dios te dió esos ojos?" (Huidobro)…y qué irías a ser tú, que dios te dió esa pluma?! Te habrá hecho viajero pensando en tu relato?Para tolerar de alguna manera la idea de la muerte, la emparentamos con el viaje (de partida o de regreso, según se mire)porque como dice Borges, "la eternidad es una imagen hecha con sustancia de tiempo". Por eso. mientras estemos vivos, naveguemos eternamente.

  2. con Altazor en el regazo, comprendo que sería hacia las dos de aquel día, que partiste en un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles, este viaje por escrito.Desde aquí,entre una estrella y dos golondrinas, seguiré tus textos con los ojos llenos de navíos lejanos.Una lejanía futura, por supuesto, que no le canta a la rosa, sino que la hace florecer en el poema.Más allá del mar de Cortéz, ahí donde se puede coger entre las manos al infinito ruiseñor, esperan, (pienso), el propósito y el desenlace."Away! away! for I will fly to thee, Not charioted by Bacchus and his pards, But on the viewless wings of Poesy"Los jinetes, "dibujados con pincel finísimo de pelo de camello", remiten a la letra "k" de cierta enciclopedia china titulada "Emporio Celestial de Conocimientos Benévolos" (Borges), en cuyas remotas páginas está escrito que los animales se dividen ena)pertenecientes al emperadorb)embalsamadosc)amaestradosd)lechonese)sirenasf)fabulososg)perros sueltosh)incluidos en esta clasificacióni)que se agitan como locosj)innumerablesk)dibujados….l)etcéteram)que acaban de romper el jarrónn)que de lejos parecen moscasClaro está que por ese finísimo pincel que forma el trazo de finísimos caballos y sus cabalgaduras, habla el pintor. Su alma, me parece aún más fina que su línea.

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