Los párpados de Bodhidharma y los caníbales chilenos – crónica de una visita al templo Shaolin, octubre de 2012

Parte del grupo del Viaje de estudios de Feng Shui Chile de Octubre de 2012 junto a pequeña ermita budista en los montes de Shaolin, Henan, China
Parte del grupo del viaje de estudios de Feng Shui Chile de Octubre de 2012 junto a pequeña ermita budista en los montes de Shaolin, Henan, China

Lunes 8 de octubre de 2012, 9 de la mañana, en una sala de embarque en el aeropuerto internacional de Beijing. Acabamos de hacer el check-in de todo el grupo del viaje de estudios y cultural a China de octubre 2012, organizado por mí en conjunto con la Escuela Chilena de Feng Shui que dirige mi esposa, Sylvia Galleguillos, viajes que organizamos una vez al año.

Esa asoleada mañana de otoño partimos a nuestro primer destino fuera de Beijing: la famosa comunidad de artes marciales del Templo de los monjes Shaolin, raíz desde donde emergiera el Kungfu y uno de sus lugares más paradigmáticos. Es una constelación de ermitas y pagodas empotradas en las montañas al norte de Dengfeng, en Henan. Henan es el centro ancestral de China, región que he recorrido antes muchas veces, pero sin nunca antes haber deambulado hacia al templo Shaolin. Igual como a Confucio (quien se negó toda su vida a emitir palabra alguna sobre el tema) hay algo, algo, en todo lo que es marcial, así trátese del arte más espiritual, que siempre me instiga congoja y desazón. De ahí que en mi vida lo he rehuído, salvo cuando siendo aún muy joven me tocó darme de bruces bien traumáticas con el tópico. Pero ese es otro cuento.

Haber concluido exitosamente el check-in de todo el mundo me deja una tibia sensación de alivio. Pues una de mis recurrentes ansiedades como organizador de estos viajes es haber, inadvertidamente, dejado a alguien sin pasaje en un vuelo o en un tren.

Ha sido, eso sí, sólo la primera, de docenas de vallas que deberé sortear en el viaje que recién comienza. Así que mientras el grupo se arrellana a esperar el llamado a embarcar, o se esparce a curiosear por el futurista aeropuerto, yo marco en mi celular el número del chofer del bus que mi hijo Danilo nos ha arrendado para llevarnos desde el aeropuerto de llegada hasta el Templo Shaolín, en un viaje de 120 kilómetros Henan adentro. En China todo aquello se pacta sólo de palabra, no hay contratos ni firmas de por medio. El viajero confía en la palabra del empresario autobusero, y este último en la del viajero, para saber (a ciencia bastante incierta según yo) que el encuentro pactado de seguro se habrá de producir. Pero yo culturalmente vengo de otra parte, donde no somos tanto de palabra, y aunque en mi larga experiencia en China jamás los encuentros así pactados han dejado de ocurrir, en cada nueva oportunidad, a medida que se aproxima el momento del rendezvous aquella falta de papel firmado siempre me vuelve a secar su buen poco la garganta.

Me contesta el chofer, y conversamos. La necesidad me aguza el oído y, con su fuerte acento regional y todo, le entiendo. ¡Le entiendo, otro alivio! Hablar por teléfono en China de una región a otra es un desafío para mis atonales oídos. Me espera a la hora acordada, con un letrero con mi nombre chino. Sólo tras colgar (hará medio siglo que ya no se cuelgan los teléfonos, pero así es el habla, una arqueología sónica) me permito bajar la guardia y desparramarme en un sillón a no pensar en nada, por un rato…

Llegados al aeropuerto en Henan, está efectivamente esperándonos el chofer. Desde lejos lo diviso; pareciera estar colgando del bendito letrero con mi nombre, tan rectos estira los brazos por encima suyo.

Con el bus ya en ruta, doy la lección correspondiente a esa etapa del viaje de estudios. Introduzco primero mi nombre chino, leyéndolo en voz alta en el letrero preparado por el chofer: Guo Ying Zhuo, cuyo significado me ruboriza, pero, bueno, no lo elegí yo. Al recibir tu nombre chino vuelves a a la pila bautismal, eres un recién nacido sin ingerencia alguna en la elección del nombre. Lo escogen por ti y la idea es adularte. Así que Guo Ying Zhuo, fuera de ser una onomatopeya china de «Cozzi Enzo», arrastra – como todo nombre chino – su carga de sentido. Y el sentido con que carga el mío es el de «Héroe Magnífico», o algo así.

El dato es recibido con hilaridad por los oyentes.

Tratando de rescatar algo de seriedad para la lección, paso de ahí raudamente a introducir Shaolin y su importancia histórica. Por lo menos aquella parte de su historia que más me interesa a mí, que no es tanto aquella relacionada con el origen del Kungfu, como aquella que dice relación con el origen del Budismo Zen. Pues en aquella constelación de templos esparcidos por los montes, hay uno pequeño y perdido en las alturas, que brilla para mí como faro de incalculable magnitud. Se trata del templo donde Bodhidharma, el famoso monje Indio itinerante fundador del budismo Chan o Zen, se pasó 9 años sentado frente a un muro sin decir palabra, y con ese gesto fue que se acumuló la extraordinaria potencia simbólica, ese superávit de Qi, o como quiera que se llame el dinamismo aquél que desde entonces, y hasta el día de hoy, mantiene al budismo Zen lozano y formidable.

Imagen tradicional de Bodhidharma con los párpados cortados
Imagen tradicional de Bodhidharma con los párpados cortados
Con ese gesto y otro más: el primer día de su épica sentada el monje Indio se rebanó los párpados y los lanzó al viento, para así no cerrarle sus ojos nunca más a la realidad… Antes de partir en este viaje nuestro amigo Juan Carlos Ramirez, maestro de Kungfu y líder de la Asociación Chilena de la Danza del Dragón y del León, me había contado una leyenda según la cual allí donde los párpados de Bodhidharma se posaron en la tierra habrían germinado las primeras matitas de té. Les cuento esa leyenda también, y doy por terminada la lección, no sin antes subrayar mi admiración por el monje de los párpados cortados, y su legado.

En Shaolin distintos viajeros hacemos distintos recorridos. El lugar es muy vasto para recorrerlo entero en una sóla visita. Yo no logro cumplir mi aspíración de llegar a la ermita donde se sentara Bodhidharma, pues el andarivel está cerrado por los fuertes vientos, y la subida a pie por las empinadas pendientes tomaría buena parte de un día.

Subo en un andarivel menor con un grupo hacia otras ermitas, entre ellas un pequeño templo budista donde Alfonso, uno de los viajeros, guiado por un monje de ademanes bonachones, quema una gran vara de incienso por primera vez en su vida, y su rostro sufre algo parecido a una transfiguración: se torna en la cara de un niño que acaba de asistir a un prodigio. Más arriba nos fotografiamos junto a la estatua del segundo patriarca del Zen (el sucesor de Bodhidharma). Y en las cumbres al otro lado del desfiladero alcanzamos a distinguir – no sin «vértigo ajeno» – a varios monjes entrenando Kungfu arriba de unas peñas al borde del abismo, igual como en el cine. Fuertemente impresionados con todo aquello, y ya emprendiendo la vuelta, Mariana, una de las viajeras, comenta para mi cámara su espontánea impresión del templito donde Alfonso quemara su incienso.

Esa noche durante la cena, los comensales más aventureros ordenaron, entre otras viandas, alacranes fritos, que comenzaron a degustar cual golosinas. Yo no los he probado, pero dicen quienes lo han hecho que saben a algo entre jaiba y langostino. Y no sé si sería la carne de alacrán, el cansancio tras el intenso día o el efluvio de las heladas cervezas que siempre acompañaron nuestras comidas, la cuestión es que durante esa velada se despertó el bufón picaresco y profano que tanto compatriota nuestro ha de llevar adentro. Creo recordar que la primera talla la tiró Alfredo, dentista, implantólogo, profesor de la Chile, además de melómano, pintor expresionista y Sensei de karate de no sé cuántos «Dan» (cinturones por arriba del negro)…

«¡Mmmm…», comentó mientras saboreaba un alacrán, «…que está rico este parpadito de Don Bodhidharma!».

(Y era cierto que los bichos aquellos tenían un cierto aire de párpados o pestañas fritas…)

Otro comensal, Jaime tal vez, o el mismo Alfonso de la transfiguración de más arriba, se la agarró al vuelo: «Mmmm, sí… fritos son mucho más ricos que hechos tecito…».

Otro, u otra: «Es que somos tan caníbales».

Y un cuarto o cuarta (dirigiéndose a mí): «Si. Perdone, Don Bodhi. Usted no mire. Dése vuelta para su murito no más…»

De ahí para adelante la cena fue un festival de risas, carcajadas y payaseo a expensas de mi edificante narrativa del origen del Zen en las montañas de Shaolin, la que sufrió vejámenes inimaginables a manos de aquella banda inmisericorde. Me reí, como todos, hasta dolerme las costillas, y habré vertido de la risa un cuantioso litro de lágrimas.

Al otro día, 9 de octubre, de amanecida y ya en el bus que nos llevaba a nuestro próximo destino, al coger el micrófono para hacer mi recuento del día anterior oficialmente abdiqué (¡y sin parpadear!) de mi otrora heroico y enaltecido nombre de «Guo Ying Zhuo», por todo el resto del viaje, en favor del nuevo, escarmentado y bastante más humilde: «Don Bodhi», nombre que se me pegó hasta el día de hoy. Y que, ¿saben qué más? no me incomoda, he de reconocer.

4 comentarios sobre “Los párpados de Bodhidharma y los caníbales chilenos – crónica de una visita al templo Shaolin, octubre de 2012”

  1. Canibales? Jajajaja, aun recuerdo este episodio y la risa de Harriet… y tu cara Enzo….
    Un viaje inolvidable para muchos…
    Saludos

    Jacqueline

  2. Bodhidharma , cunado en plena concentración sus ojos pestañeaban de vez en cuando y perdía la concentración, así que se arranco los parpados, los tiro y se concentro. después de varias semanas, vio que habían crecido algunas plantas en el lugar en que había tirado sus parpados, sucedió en la montaña Tah o Ta. de ahí viene el nombre «te». estas plantas que crecían se hicieron te, y es por eso por lo que el te te ayuda a estar despierto. tomado de : » El libro de los secretos » de Osho pag. 152 Gaia ediciones

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